Vivimos en un país desquiciado y la situación parece no tener fácil arreglo. La sinrazón campa a sus anchas por los cuatro costados de esta España, cada vez más vieja y menos sabia, que vive horas realmente bajas.
Viene lo anterior a cuento de las declaraciones de don Alfredo Pérez Rubalcaba, candidato a la presidencia del gobierno en las próximas elecciones generales, en su periplo por tierras extremeñas. El plan político que propone Rubalcaba es, alucina vecina, el siguiente: “Vamos a hacer un proyecto político en el que si un socialista de hace 100 años levantara la cabeza se reconociera inmediatamente y exclamara: ¡Estos son los míos!”. Lo dicho: alucina vecina.
No parece a primera vista lo más apropiado para encauzar la difícil situación en la que está inmerso el país recurrir a recetas marxistas de hace un siglo. Cien años dan para mucho (para tanto que por no existir no existía ni siquiera, creo, “El libro gordo de Petete”) y ha sido tal la evolución de la sociedad que algo tendría que haberse modernizado el socialista candidato Rubalcaba, digo yo, aun suponiendo que las propuestas socialistas de hace diez décadas hubiesen sido válidas en aquel momento.
¿Cómo era, a grandes rasgos, el PSOE de hace cien años? Pues, mireusté, señor Rubalcaba: el PSOE de 1911 era un partido marxista, dogmático y revolucionario adherido a la II Internacional. La base de su análisis de la sociedad radicaba en la lucha de clases entre la dominante burguesía y el dominado proletariado. El feroz combate a muerte entre ambas clases sociales habría de desembocar necesariamente en la instauración de la dictadura de los subyugados, que, según confirmarían posteriores experimentos, no hizo sino sumir a los “experimentados” en la más cruel de las tiranías que han conocido los tiempos.
Rechazaba el PSOE de 1911 la existencia de la propiedad privada, raíz a su juicio de toda suerte de males e injusticias. Era también un partido rabiosamente anticlerical que (amén de justificar la quema de lugares de culto en la llamada “Semana Trágica”) proponía confiscar los bienes de la Iglesia. Exigía también la supresión del Ejército, molesto incordio para sus propósitos revolucionarios.
En 1911 el jefe de las filas socialistas era el ferrolano Pablo Iglesias. Poco antes se había convertido en el primer diputado socialista de la historia de España. El respeto que el diputado Iglesias sentía por la ley no iba más allá del beneficio que de ella pudiese obtener, según su propia confesión (confirmada por los hechos), hasta el extremo de declarar que los socialistas estarían dentro de la legalidad mientras ésta les fuese útil, fuera de la legalidad cuando ésta no les permitiese realizar sus aspiraciones.
Éste, por cierto, era el mismo Pablo Iglesias, señor Rubalcaba, que había amenazado de muerte a Antonio Maura en el Parlamento: "Tal ha sido la indignación producida por la política del gobierno presidido por el señor Maura que los elementos proletarios […] hemos llegado al extremo de considerar que antes que Su Señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal"; era también el mismo Pablo Iglesias que se negó a condenar el intento de asesinato sufrido por Maura poco tiempo después.
El PSOE de 1911 era el mismo PSOE que en 1917 fue actor principal en una salvaje huelga revolucionaria; el mismo PSOE que en 1930 apoyó un golpe de estado para imponer la república; el mismo PSOE que ensangrentó las calles de España con sus atentados terroristas; el mismo PSOE que en 1934 intentó instaurar por las bravas la dictadura del proletariado; el mismo PSOE, en fin, sobre cuyas espaldas hay que cargar la atroz responsabilidad de ser el principal desencadenante de la Guerra Civil.
Sé perfectamente que, así como en todos lados hay canallas, en todos lados hay gente decente. No tengo yo la menor simpatía por el ideario socialista de hace cien años, pero tengo claro que sí había socialistas honestos que (aun reputándolos yo equivocados) trabajaron honradamente creyendo que así construirían un mundo más justo, llegando incluso a entregar su vida por una idea. Estoy convencido de que si estas buenas gentes escuchasen lo que usted, señor Rubalcaba, ha declarado cien años después le dirían: “Anda, Alfredín, déjate de chorradas y ponte a trabajar de una puta vez, chavalote, que buena falta te hace”.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 17 e julio de 2011
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