sábado, 8 de diciembre de 2018

Reseña sobre "¿Fue Franco un general golpista?"


Han tenido el 13 de junio en el Diario Deia, afín al PNV, la enorme cortesía de hacer una pequeña referencia a mi modesta persona a causa de un artículo sobre Franco publicado el día 10 de este mismo mes. Cortesía, por otra parte, tan inmerecida como malintencionada a tenor de lo escrito por el anónimo autor de la reseña.

Bajo el espectacular titular “Franco no dio un golpe de estado”, me atribuyen la condición de “contundente” a la hora de defender “una revisión histórica del golpe de estado”. Penetrando en lo más profundo de mi psique, tienen bien clara en el diario Deia la razón que me ha llevado a asumir tan contundente y revisionista defensa, y la exponen con fina ironía: “Porque algunos malvados han querido empañar la imagen de un militar valeroso e inteligente”. Aun siendo mi artículo absolutamente deleznable, entienden en Deia que “lo peor, sin duda” no es el propio texto, sino que “haya sido escrito el 10 de junio de 2011”. Se lamentan profundamente de que “75 años después de la sublevación franquista, la historia no esté clara”, supongo que refiriéndose a mí, no a ellos, “quizás porque la escribieron los vencedores”. Terminan la reseña preguntándose en tono lastimoso “¿Acaso tiene que haber nuevos derrotados por el régimen con cada generación?".

Es una pena que el anónimo autor de tan trascendental noticia que, no cabe duda, tiene en vilo a la humanidad, se haya quedado en lo anecdótico y no haya estimado oportuno profundizar un poquito más en la cuestión. Y tampoco era necesario mentir: en el artículo en ningún momento hago la aseveración “Franco no dio un golpe de estado”. Sí lo afirmo, y lo mantengo, en un comentario del día 14, posterior en todo caso a la reseña de Deia. ¿Por qué afirmo que Franco no dio un golpe de estado? Por la sencilla razón de que el 17 de julio no existía ya ningún estado de derecho legítimo al que golpear, condición indispensable, entiendo yo, para poder dar un golpe de estado. Quedaban, acaso, ciertos vestigios del régimen republicano instaurado en abril de 1931 que rodarían por tierra el día 19, fecha en que Azaña y Giral armaron “al pueblo” (eufemismo para referirse a las organizaciones revolucionarias de extrema izquierda) acelerándose, ya sin trabas, la revolución. 

No es cuestión de que se revise o se deje de revisar la Historia, que para revisiones importantes ya están las médicas y la ITV. Es más simple que eso: a la luz de unos hechos absolutamente demostrados, se puede optar por la honestidad intelectual e interpretarlos de forma lógica y coherente o bien se puede optar por el servilismo agradecido y la propaganda. Por ejemplo, bien probada está la arbitraria actuación de la Comisión de Actas tras las elecciones de 1936. Decenas de escaños derechistas transmutaron en izquierdistas siguiendo el criterio de la “certeza moral”, mientras que el Frente Popular, erigido en juez y parte, no perdió ni un solo diputado. En base a este hecho, que no opinión, la lógica parece indicar que se trató de un despojo orquestado en toda regla, y cualquier historiador mínimamente riguroso así, creo yo, debiera interpretarlo. No es el caso, por ejemplo, de Preston, que refiriéndose a Prieto señala: “Deseoso de asegurar que la derecha estuviese bien representada en las Cortes, dirigió la labor del comité con ecuanimidad y hasta cerró los ojos a abusos del sistema perpetrados por la derecha”. Desafiando osadamente a la terca realidad, sin ofrecer ningún dato contrastado y sin más pruebas que sus propias palabras deja caer ladinamente el señor Preston que ¡la revisión de actas favoreció a las derechas! Así se escribe cierta historia, supongo que muy del agrado del diario Deia.

Quien esto suscribe no tiene el más mínimo interés en defender a Franco o dejar de defenderlo, pero alberga la sospecha de que, efectivamente, hay ciertos elementos muy aplicados a la tarea de denigrarlo de forma bastante burda. Mi único interés reside en, con mayor o menor fortuna, rendir tributo a la verdad, y si ésta deja bien parados a Franco o Gil Robles en relación a Largo Caballero, Prieto o Azaña no es, sintiéndolo mucho, culpa mía. Tema distinto es que haya quien añore un sistema político como el propugnado por Largo o Dolores Ibárruri: está en su perfecto derecho de anhelar la miseria espiritual y material; pero no tiene derecho ni a imponérselo a los demás ni, al faltar gravemente a la verdad, a intentar vender dicho sistema como una democracia idílica.

Piensen lo que piensen en Deia, que Franco fue un soldado valeroso parecen indicarlo tanto diversos testimonios como su fulgurante carrera, con ascensos conseguidos bajo la balacera enemiga y gozando del respeto de sus soldados (respeto que no acostumbran a merecer entre la tropa los oficiales cobardes). Y desde luego no seré yo quien ponga en tela de juicio la inteligencia de Franco. Es lícito creer que a Franco todos sus éxitos le llegaban de rebote o por pura chiripa; tan lícito como objetar que quien fue el general más joven de su país, quien fue el general más prestigioso de su nación, quien venció en una complicada guerra partiendo de una abrumadora inferioridad de medios y sin necesidad de hipotecar la soberanía nacional a potencias extranjeras, quien supo dársela con queso a Hitler y mantener a España fuera de la II Guerra Mundial, quien venció el intento comunista (que no demócrata) de reanudar la Guerra Civil, quien modernizó considerablemente el país y quien se mantuvo 39 años en el poder tuvo que ser poseedor de una inteligencia más que notable. Tal vez quien califique a Franco de zoquete integral, debería revisar su concepto sobre la inteligencia, muy especialmente sobre la propia.

Desde la óptica de Deia es lógico que opinen que “lo peor, sin duda” sea la fecha en que está escrito el texto: tremendamente frustrante debe de resultar que tras 75 años de incesante proselitismo de folletín la verdad siga saliendo a la luz pese a los ingentes esfuerzos realizados encaminados no ya a ocultarla sino a tergiversarla, que es infinitamente peor. Que “la historia la escribieron los vencedores” es afirmación al menos discutible.

No sé, por otra parte, si la Historia está clara o no. Yo creo haber ofrecido datos y argumentos que avalan lo expuesto en el artículo en cuestión. No es éste el caso de Deia, así que, desgraciadamente, habremos de fiarnos sólo de su palabra, que parece gozar (tal vez por inspiración divina) de la presunción de veracidad hasta el extremo de estar exentos de ofrecer prueba alguna para defender su punto de vista. Punto de vista, por otra parte, cuya salvaguardia parece labor de titanes: ¿el Frente Popular, una heterogénea mezcla de socialistas revolucionarios, comunistas, miembros del POUM y jacobinos con el auxilio de los anarquistas defendiendo una democracia liberal? Ardua tarea me parece. Pero en fin, así se escribe cierta historia y así se escriben ciertos periódicos.

“¿Acaso tiene que haber nuevos derrotados por el régimen con cada generación? Ha estado muy en su punto este toque sentimental y enternecedor en la reseña. Haciendo gala de mi bien merecida reputación de “contundente” le respondo… usted sabrá; ahora bien, las luchas dirimidas hace 75 años no variarán su resultado por mucho partidismo que se aplique a la tarea. 

Me permito, para finalizar, hacerle dos recomendaciones al autor de la reseña. Primera: no se debe confundir ironía con sarcasmo. Segunda: cuando se usa la ironía en un escrito y es necesario advertir al lector… mal asunto.

Autor: Rafael Guerra
Publicado el 23 de junio de 2011

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