Afirmémoslo con una frase rotunda: ¡Sí, es posible distinguir los límites de la maldad! No hay más que fijarse en la imagen para señalar otra área donde se advierten, a día de hoy, las secuelas de un comunismo que acarrea a sus espaldas más de 100 millones de muertos en apenas un siglo de existencia, o sea, de personas asesinadas a mano de unos tiranos cuyo único fin ha consistido siempre en mantenerse en el poder. No importa a qué precio.
Uno de esos tiranos falleció hace pocos días. Su nombre no viene al caso; de hecho, importa tres leches como se llamase. Digámosle el Tirano, a secas. Fue en Corea del Norte y había sucedido al tirano de su padre. De inmediato le sucedió su hijo el tirano, un monigote caprichoso de quien se dice que no le tiembla la mano a la hora de cometer todo tipo de tropelías. Son ya, pues, tres generaciones seguidas de tiranos comunistas.
Y lo que te rondaré morena en la Corea tiranizada, porque a ese desgraciado país no hay quien se le enfrente al haber dedicado su escasa riqueza, hasta inflar de miseria a la población no adicta al Régimen, a la fabricación de armamento atómico, a engordar a los del Politburó y a suministrar generosas tajadas de hambre a los no sumisos, hasta llevar a cientos de miles de ellos a la inanición, quizá a millones. Y los que no han fallecido de puritita hambre, viven en un auténtico infierno. Hablo de comunismo, claro. De socialismo real.
Como refleja la foto de satélite, nada de plantas nucleares para iluminar el territorio coreano y luego aprovechar los residuos para proyectos militares. No, en esa tiranía del "amado líder" se fue directamente a buscar el uranio enriquecido con el que rellenar las ojivas nucleares que atemorizasen a los países vecinos. Condenados sean los tiranos. Condenado el comunismo.
Para una más amplia información leer este excelente artículo de Llamas en Libertad Digital.
Autor: Policronio
Publicado el 21 de diciembre de 2011
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