La disyuntiva no
era de fácil resolución, pero finalmente ganó la opción menos mala. Ni para el
más tonto del lugar esto debería ser motivo de consuelo; no obstante entre una
persona de cortas miras y una persona insidiosa y poseedora de una más que
notable inteligencia yo siempre preferiré a la segunda, ¡qué le vamos a hacer!
El corto, en
virtud de su propia idiosincrasia, sólo tiene habilidad y capacidad para
perpetrar tontería tras tontería. Tonterías de las que, dicho sea de paso,
acostumbra a mostrarse sumamente jactancioso pese a que conduzcan
inevitablemente al desastre. No puede evitarlo: es corto, como tal actúa y como
tal se vanagloria de su cortedad.
El inteligente,
sin embargo, tiene a su alcance la posibilidad, por remota que ésta pueda
parecer, de poner a trabajar su inteligencia en proyectos de trascendencia. Y
aunque sea pérfido y de naturaleza
intrigante, cabe la contingencia de que algún día por insospechada convicción,
por estrategia, por puro y duro instinto de conservación o por cualquier otra
razón se dedique a utilizar su talento en tareas constructivas. Lo dudo, pero
podría ser.
El corto nos
aboca sí o sí al abismo; el malvado inteligente probablemente también, si bien al
menos nos queda cierta esperanza de que no sea así. El corto sólo destruye; el
inteligente puede llegar a crear. Por eso, me alegro –alegría meramente
retórica, faltaría más– de que la candidatura del inteligente y tramposo señor
Rubalcaba haya derrotado a la candidatura de la corta señora Chacón.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 6 de febrero de 2012
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