Ha vuelto a la carga con renovado ímpetu el boliviano Evo Morales, demagogo populista e íntimo compadre del querido presi Zapatero por más señas, disparando sin ton ni son en un discurso, en español, eso sí, contra la lógica herencia española palpable a lo largo y ancho de toda Sudamérica.
Se lamenta Morales que haya escuelas y provincias que lleven nombres españoles y exige el inmediato cambio de tan imperialista situación: “Tenemos tantos líderes indígenas […] que dieron su vida por esta tierra. Habría que reflexionar, porque, en el fondo, ésos (los españoles) son nuestros invasores, intentaron exterminarnos. ¿Cómo es posible que sigamos llevando sus nombres?” En otras ocasiones, también se ha referido Morales a “el hambre, la miseria y las enfermedades” que supuso la llegada de los españoles a América.
A estas alturas, las memeces de Evo y demás personajes de similar ralea a nadie han de sorprender y no merecen mayor comentario. Servirán, sin embargo, de fenomenal pretexto para traer a esta página una de las mayores gestas que haya conocido la humanidad: el descubrimiento, conquista y colonización de América por parte de los españoles.
Tamaña aventura difícilmente hallará comparación con cualquier otra, ya que en pocas décadas los descubridores españoles habían conquistado la mayor parte del territorio comprendido entre el sur de los Estados Unidos y el extremo meridional del continente americano. Con la dificultad añadida de que la gigantesca empresa fue llevada a cabo básicamente por individuos a título particular, con escasa o nula intervención estatal, que se posesionaban de ingentes territorios para posteriormente colocarlos bajo el dominio de la corona española. Esta particularidad acrecienta aún más la colosal leyenda de personajes como Hernán Cortés, Pizarro, Balboa o Cabeza de Vaca entre otros.
Con respecto al afán exterminador que atribuye Evo Morales a los conquistadores españoles y la terrible desgracia que para los indígenas americanos supuso dicha conquista, mucho hay que matizar. En primer lugar, los acontecimientos históricos han de inscribirse en la época en que sucedieron y juzgarlos en consecuencia. Durante la conquista de América, al igual que en todas las conquistas, se derramó sangre, hubo crueldad, se impusieron usos, costumbres y leyes; pero en ningún caso se le puede atribuir un carácter genocida.
Por otra parte, la labor de culturización llevada a cabo por los españoles fue inmensa, hasta el punto de que en pocos años la imprenta, con todo lo que ello conlleva, había llegado a América y no tardaron en fundarse en el Nuevo Continente las primeras universidades. No es desdeñable tampoco la obra cultural llevada a cabo por numerosos misioneros, que en no pocos casos pagaron con su vida su voluntad ilustradora. El salto cuantitativo y cualitativo que estos acontecimientos supusieron para el progreso y desarrollo fue abrumador, hasta el punto de que ningún hispanoamericano en su sano juicio renegará hoy de su legado español, del que beben su lengua, su cultura y su religión.
Es bastante estúpida también la pretensión de Evo Morales de vincular a la totalidad de los sudamericanos con los indígenas precolombinos (que, dicho sea de paso, no eran todos hermanitas de la caridad precisamente): un habitante de Perú no necesariamente tendrá más en común con el indígena de turno que con un soldado de Pizarro, del mismo modo que yo no soy más deudor de un numantino o un turdetano que de un soldado de Publio Cornelio Escipión.
Así, puestos en la balanza los pros y contras de la conquista y colonización de América por los españoles, el balance sólo puede calificarse de positivo. Tan positivo que incluso puede hacer olvidar que si dicha colonización no hubiese tenido lugar nos hubiésemos ahorrado el dudoso honor de conocer a sujetos como Evo Morales.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 24 de abril de 2011
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