La historia que les cuento es real como los morros de la Pajín: un día cualquiera, se me acerca un veinteañero desharrapado, botas militares, pantalón ancho de cuadros, gorra estilo Che Guevara y, completando tan distinguida indumentaria, una colorida camiseta con la leyenda “Al español y al facha, serpiente y hacha”. Por si fuese poco desagradable la escena pintada, el tío notas desprendía un desagradable tufillo que dejaba bien patente una imperecedera enemistad con el agua y el jabón.
El tipejo en cuestión, haciendo alarde de mala educación y chapurreando ese gallego normativizado que nada tiene que ver con el utilizado por quien ha hablado tan bello idioma durante toda su vida, me dijo, más o menos: “Enróllate y dame un pitillo, tío”. Supongo que la ebullición de la sangre en mis venas debió de ser captada por todas las estaciones sísmicas existentes en miles de kilómetros a la redonda: mi fino instinto presentía que aquella historia iba a acabar muy mal.
La contestación, escupida por mi boca como lava de un volcán, no se hizo esperar: “Cada cual que se financie sus vicios, campeón, que yo no soy Zapatero para subvencionar a titiriteros, mercachifles y mangantes varios. Y a un mamarracho con esa camiseta no le doy ni la hora, payasete: como máximo una ducha con agüita canalizada directamente del manantial de Solán de Cabras y una patada en el culo que ríete tú del madridista Pepe, chaval”. Tal vez piensen ustedes que ahí finalizó el pleito. ¡Qué va! Un veinteañero extremista radical de izquierdas sabe que está en posesión de la verdad absoluta y no se deja amedrentar tan fácilmente. Además, cuenta con una ventaja impagable: no ha de estrujarse mucho el cerebro para responder, sólo es necesario corear algún eslogan. Lo sé de buena tinta, pues he sido uno de ellos.
El contraataque del desaseado fue tan rápido como previsible. Nuevos lemas brotaron en veloz concatenación de sus labios insolentes: “Vosotros los fascistas sois los terroristas, que por algo la sangre es roja y el corazón está en la izquierda”. La solidez argumental de mi maloliente adversario me demostró que estaba ante persona culta e instruida, pero en ocasiones hasta el mejor escribano echa un borrón. Con mi excepcional sentido de la oportunidad, opté por un ataque a fondo por el flanco que mi antagonista había dejado imprudentemente descubierto: “Se te ha olvidado lo del imperialismo, gilipollas. Y terroristas lo seréis tú y tu tía”. Cogido en evidente falta por su imperdonable olvido, su voz tronó menos segura: “Eso también: imperialista de mierda”. Y allá se fue, dejando tras de si el oloroso rastro de su presencia, altivo y orgulloso: había contribuido a la causa con un feroz escarceo contra un español-facha-fascista-terrorista-imperialistademierda. Ese día, entre porros y birras, tendría algo bueno que contar a sus camaradas. Probablemente sólo lamentase no haber conseguido el anhelado pitillo.
La anécdota, con mínimos retoques, es verídica y sucedió hará cosa de dos o tres años. No he vuelto a ver al sujeto y hoy, no sé por qué, me he acordado de él y he estado reflexionando sobre el asunto. Típico producto del adoctrinamiento radical izquierdista, repetidor acrítico de eslóganes sin pies ni cabeza, amamantado en los pechos de la bazofia televisiva de los que sólo mana leche agria y sin sustancia, soberbio y prepotente, enarbolando la bandera de la ignorancia fanática, paseándose orgullosamente con una camiseta cuyas fibras rezuman sangre y dolor… realmente no sé si da asco o lástima.
No obstante, a veces estas cosas tienen solución. E incluso un tipo que se ha puesto semejante camiseta, puede ser un puto ignorante, un gilipollas integral, pero no tonto. Espero que tú, mozalbete, fueses de estos: ignorante y gilipollas pero no tonto; que tu intransigente fanatismo fuese más propio de tu juventud que de una intrínseca condición de canalla malnacido. Y a poca curiosidad intelectual que hayas tenido, te habrás informado, habrás leído con mente abierta y espíritu crítico. Y habrás descubierto que bajo esos lemas y esas camisetas sólo hay mierda, miseria, sangre y lágrimas. Espero que ese día haya llegado, que hayas tirado la camiseta a la basura, que te hayas avergonzado y que hayas descubierto que el agua y las ideas no son incompatibles. Sin ir más lejos, a mí me ha sucedido, y te aseguro que no hace falta ser especialmente inteligente (matizando, eso sí, que nunca me he puesto tales camisetas y que mi relación con el agua, excepto para beber, siempre ha sido fraternal).
Si así ha ocurrido y algún día nos encontramos, además de a un pitillo te invitaré a un cubata o lo que tú quieras: como dice mi amigo Carlos, no importa lo que se haya avanzado por el camino equivocado, hay que volver. Y el regreso de la oveja descarriada siempre ha de ser motivo de alegría. Ahora bien, si has salido de los tarados mentales sin arreglo, más digno de dar vueltas tirando de una noria que de otra cosa, ni pitillo ni leches. Por mamón. Y que caigan sobre ti toda suerte de maldiciones bíblicas, incluyendo la más cabrona de todas: tomarás a una mujer y otro la gozará. Te lo tendrías bien merecido, por soplagaitas: ya se sabe que lo del amor libre es cojonudo mientras no sea con la legítima de uno.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 17 de junio de 2011
Publicado el 17 de junio de 2011
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