lunes, 10 de diciembre de 2018

El peliagudo caso del caco y la peluquera


Yo todavía me estoy riendo, puesto que la historia sucedida en la ciudad de Meshchovsk, Rusia, tiene su aquel (o aquella, según se mire). El titular es sencillamente espectacular: “Intenta robar en una peluquería y termina de esclavo sexual de la dueña”; el desarrollo del mismo no lo es menos. Pasen y lean, por favor.

Parece ser que un tal Viktor Jasinski, gran amigo de lo ajeno, entró con aviesos propósitos en la peluquería de Olga Zajac, joven zagala de notable buen ver. Pero resulta que la señorita Zajac, cinturón negro de karate por más señas, tras una espectacular y certera patada logró noquear al sorprendido caco. En ese momento empezó el infierno de Jasinski, según relató a la policía: la aguerrida peluquera, tras inmovilizarlo a conciencia, lo utilizó a modo de esclavo sexual durante tres larguísimos días. Pasado este período de tiempo, el ultrajado ratero fue puesto en libertad por su fogosa carcelera que, para que la fiesta en ningún momento decayese, lo sometió a un estricto régimen a base de Viagra. Tras verse liberado de tamaña penuria, el (es de conjeturar) debilitado Viktor denunció el caso a las autoridades.

La reacción de la policía rusa no se hizo esperar: arrestó al caco y a la peluquera. Aquí se embrolla todavía más el asunto. La apasionada Olga se indignó con lo expuesto por el ex prisionero y ofreció su propia explicación sobre lo acaecido: “Tuvimos sexo un par de veces, le compré unos pantalones, lo alimenté y le di 1.000 rublos”.

Siendo tan distintas las versiones, mi instintiva curiosidad me impulsaba a coger el primer avión a Meshchovsk para aclarar la confusa historia. A tal efecto, me dirigí a Policronio para que me proveyese de fondos para emprender el largo viaje, pero al comunicarme éste que la caja de Batiburrillo está más vacía que el cerebro del miliciano Agapito, para desgracia de todos me he tenido que quedar aquí. Tendrán por tanto que sacar ustedes sus propias conclusiones, pero yo no me voy a aguantar sin hacer una reflexión sobre el asunto.

Esta tía es tonta. Arrojada, pero tonta. Lo escribo con miedo (recuerden las patadas que arrea la peluquera) pero sin acritud. Si lo declarado por el ladrón es cierto, le van a robar todos los días. Si la versión correcta es la suya, le van a robar varias veces todos los días. Parece que su romántica aventura le va a costar perder el negocio y yo eso no lo veo nada bien: el amor y el cariño siempre han de ser recompensados, sólo faltaría. Además no deja la pobre de ser víctima de su bondad natural. Y he pensado que algo tenemos que hacer al respecto. Esto no puede quedar así: es un clarísimo caso de discriminación.

¿No somos en España los campeones de la lucha por la igualdad? ¿Podemos los adalides del progreso cruzarnos de brazos mientras esta muchacha padece las consecuencias del frustrado robo? ¿Acaso en la patria de la aguerrida Aído vamos a dejar desamparada a la peluquera Olga? No nos engañemos: aquí el único responsable de todas las desventuras que pueda sufrir la señorita Zajac es el alevoso Viktor Jasinski, por machista, chivato y provocador. 

Propongo que un comité de sabias investigue con carácter de urgencia el caso y aporte alguna solución. Sin estúpidos partidismos, que en estas cosas todos los españoles vamos a una y por eso nos hemos convertido en referencia mundial en la lucha contra la discriminación. Reúnanse a la mayor brevedad, por ejemplo, Aído, Pajín, Soraya, Cristina Almeida, Oramas y Cospedal. Estudien con detenimiento el tema y tomen las oportunas medidas para que se resuelva el embrollo a satisfacción de todas y todos.

Yo no soy sabio, y mucho menos sabia, pero me atrevo a hacer tímidamente una sugerencia. Concédase a la peluquera una sustanciosa subvención (total una más ni se va a notar) mensualmente prorrogable. Así Olga se pondrá muy contenta al poder mantener su negocio, darle gusto al cuerpo y asumir los robos o pagos (según la versión que cada uno prefiera) sin necesidad de trabajar. Los ladronzuelos no serán menos felices, ya que un maravilloso maná en forma de rublos y lascivia alegrará sus duros inviernos rusos. Y los españoles (¡qué decir de los españoles!) haremos honor a nuestra tradicional hidalguía: gracias a nuestra providencial intervención, y a cambio de unos miserables euros, habremos contribuido a que este mundo sea un poco más justo.

Autor: Rafael Guerra 
Publicado el 19 de julio de 2011

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