Casares Quiroga. |
En un contexto de tremenda polarización política y social, Gil Robles denunció en la durísima sesión parlamentaria del 16 de junio la situación revolucionaria (“Estamos presenciando los funerales de la democracia”) en que se hallaba el país, leyendo entre improperios y risotadas izquierdistas (según Zugazagoitia, Prieto observaba la escena “abochornado”) los siguientes datos estadísticos referidos a las violencias producidas desde el 16 de febrero: “411 iglesias incendiadas, asaltadas o destruidas; 269 asesinatos; 1.287 heridos; 381 centros particulares o políticos asaltados o destruidos; 43 periódicos asaltados o destruidos”. En la misma sesión, Calvo Sotelo apeló sin disimulo al ejército a sublevarse contra la anarquía reinante y firmó su propia sentencia de muerte (corroborada por “Mundo Obrero” al día siguiente) al declararse, demostrando no poco valor personal, fascista (declaración, por otra parte absolutamente legal: el ser fascista no era constitutivo de delito, pese a lo cual se justificó en manifiesta arbitrariedad la detención de numerosos derechistas alegando su condición de “fascistas”).
La respuesta de Casares Quiroga no se hizo esperar: amenazó a Calvo (“Si algo pudiera ocurrir, SS sería el responsable con toda responsabilidad”); atrevidamente restó importancia a los atropellos (“Yo declaro que esta inquietud, que no tendría justificación por los escasos actos de violencia que se han producido, no existe”) y, contradictoriamente, los justificó (“Cualesquiera que sean los actos violentos, justificados como os decía antes por una pasión contenida durante dos años”) para posteriormente culpar de las violencias a sus víctimas, a las que no se recató en amenazar (“Ateneos a las consecuencias”) entre chascarrillos y risas de los parlamentarios del Frente Popular. Nuevamente, el gobierno dejaba constancia de su criminal dimisión como principal garante de hacer cumplir (y cumplir) la Constitución y se reafirmaba en su declaración de guerra contra media nación.
No puede dejar de estremecer 75 años después la actitud despótica e inconsciente de Casares Quiroga, persistente en su declarada belicosidad contra buena parte de la ciudadanía. Ni un solo reproche sin embargo contra el ala izquierda del Frente Popular, pese a que sin duda habría de conocer lo expuesto por Largo Caballero dos días antes en Oviedo: “Es necesario y muy urgente acelerar la creación del ejército rojo”, cuyas últimas finalidades serían “sostener la guerra civil que desencadenará la instauración de la dictadura del proletariado” y “el exterminio de los núcleos obreros que se nieguen a aceptarla”.
Realmente escalofriantes, estas palabras (convenientemente silenciadas por los tenaces apologistas del supuesto carácter democrático del Frente Popular, siempre prestos a adulterar la realidad española de 1936) demuestran además que no sólo habría de ser la sangre de las malvadas hordas fascistas la que corriese sin mesura por las tierras españolas: el mismo destino les era reservado a las nutridas filas anarquistas. Algún paso, de hecho, ya se estaba dando en tal sentido, según había denunciado el diario anarquista “Solidaridad Obrera” el 13 de junio: “Sangre obrera ha regado la tierra […] Las pistolas que sembraron la muerte eran empuñadas por obreros de distintas facciones: socialistas, anarquistas…” Los propios socialistas se relacionaron a tiros entre ellos en más de una ocasión, hasta el extremo de que en Écija estuvo Prieto muy cerca de perder la vida a mano de sus compañeros de partido y el doctor Negrín fue apaleado por sus propios camaradas.
Realmente escalofriantes, estas palabras (convenientemente silenciadas por los tenaces apologistas del supuesto carácter democrático del Frente Popular, siempre prestos a adulterar la realidad española de 1936) demuestran además que no sólo habría de ser la sangre de las malvadas hordas fascistas la que corriese sin mesura por las tierras españolas: el mismo destino les era reservado a las nutridas filas anarquistas. Algún paso, de hecho, ya se estaba dando en tal sentido, según había denunciado el diario anarquista “Solidaridad Obrera” el 13 de junio: “Sangre obrera ha regado la tierra […] Las pistolas que sembraron la muerte eran empuñadas por obreros de distintas facciones: socialistas, anarquistas…” Los propios socialistas se relacionaron a tiros entre ellos en más de una ocasión, hasta el extremo de que en Écija estuvo Prieto muy cerca de perder la vida a mano de sus compañeros de partido y el doctor Negrín fue apaleado por sus propios camaradas.
Miguel Maura, republicano católico, resumía el 18 de junio la situación: “Desgobierno absoluto arriba, anarquía desatada abajo; como trabazón constitucional en medio, la ficción insostenible de las Cortes y amenaza de ruina en todas partes. Esta situación no puede prolongarse”. ¿Dónde radicaba el origen de la anarquía denunciada por Maura? Contesta, entre lamentos, con acusada franqueza el republicano Marcelino Domingo: “En todas las revoluciones triunfantes existen los provocadores que suscitan o promueven el desorden […] Lo inexplicable es que el desorden lo promuevan o provoquen los revolucionarios. Es decir, lo inexplicable es que hundan la victoria los victoriosos”. Siendo correcto el diagnóstico de Domingo, tiene además fácil explicación: la revolución de los partidos “obreros” era opuesta e incompatible a la revolución propugnada por los “republicanos” de ahí que los primeros, en buena lógica desde un prisma revolucionario, provocasen el desorden para desbordar a aliados tan ingenuos y circunstanciales como el propio y extrañado Marcelino Domingo.
El 1 de julio, en las cuasi moribundas Cortes republicanas se vivieron escenas realmente dantescas. Fue nuevamente amenazado de muerte en las Cortes el diputado Calvo Sotelo (al que se impidió concluir su parlamento) por el diputado del PSOE Ángel Galarza: “Pensando en SS encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida”. Martínez Barrio ordenó que de dichas palabras no quedase constancia en el Diario de Sesiones. Insistió, no obstante, el belicoso Galarza: “Esas palabras, que en el Diario de Sesiones no figurarán, el país las conocerá y nos dirá a todos si es legítima o no la violencia”. En poco más de dos semanas, la violencia tan del gusto del socialista Galarza se habría extendido por toda España y entre sangre y miseria se manejaría éste con enorme desenvoltura. En la misma sesión hubo intercambio de golpes entre diputados y, aseguró la prensa, varios parlamentarios exhibieron armas de fuego. Parece evidente a la vista de los hechos que a las sesiones parlamentarias se les podría adjudicar casi cualquier adjetivo excepto el de democráticas. El día 4 reclamaba Prieto “un gobierno autoritario”.
Continuaban en las calles los asesinatos, autoría en su mayor parte de socialistas y miembros de la ilegalizada Falange que marcarían el camino hacia la guerra civil y se produjeron los primeros “paseos”: al menos dos derechistas fueron secuestrados y asesinados en las afueras de Madrid; la única medida tomada por el gobierno fue arrestar a más “fascistas”. Está macabra y última tanda de asesinatos antes del estallido bélico con la que se iniciaba el mes de julio desembocaría en los dramáticos sucesos de los días 12 y 13 del mismo mes.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 2 de agosto de 2011
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