La nueva corporación municipal de Elche, a cuya cabeza está la alcaldesa popular Mercedes Alonso, ha decidido cambiar la denominación de un jardín público que honraba a la memoria de la comunista Dolores Ibárruri y, al tiempo, rebautizar una avenida con el nombre de Vicente Quiles, alcalde de la ciudad en las postrimerías del franquismo.
La decisión, que el PP ha justificado alegando que “la Pasionaria no tiene ninguna relación con la ciudad”, ha originado la consiguiente avalancha de protestas procedentes de las nutridas filas de los desmemoriados históricos. Entre los cabreados con la cuestión están IU, Partido Humanista, PCPE, PCPV, Sindicato de Estudiantes Independientes, Colectivo Ecologista Margalló y republicanos varios: entienden desde estos colectivos que Dolores Ibárruri fue “una incansable luchadora por los derechos de la mujer, la democracia y los derechos de los trabajadores” y que semejantes medidas constituyen “flagrante violación de la Ley de la Memoria Histórica”. No menos se han ofendido los procomunistas redactores de “El Plural”, al entender que se ha demostrado “un absoluto desprecio a la memoria de la Pasionaria”.
Desconozco por completo cuáles son los méritos o deméritos de Vicente Quiles, así que no estoy capacitado para referirme a su labor. Sí tengo, en cambio, cierto conocimiento de las andanzas de Dolores Ibárruri y éstas desmienten por completo lo objetado por sus tenaces defensores. Repasemos, no obstante, lo expuesto por el propio personaje en la crudísima sesión parlamentaria del 15 de junio de 1936, exposición que estimo del mayor interés para aclarar ciertos aspectos relativos al verdadero pensamiento de la estalinista Ibárruri.
En referencia a la quema de lugares de culto diserta la Pasionaria: “[…] El señor Gil Robles no ignora, por ejemplo, que, después de la quema de algunas iglesias, en casa de determinados sacerdotes se han encontrado los objetos del culto que en ocasiones normales no suelen estar allí”.
Sinuosas palabras de Dolores Ibárruri. En la línea de Casares Quiroga, despacha las tropelías cometidas por elementos pertenecientes o afectos al Frente Popular convirtiendo sibilinamente a las víctimas en culpables: en este caso habrían sido los sacerdotes quienes habrían quemado “algunas iglesias”, cuidando, por supuesto, de poner a buen recaudo “los objetos del culto” (es de suponer que por su valor crematístico).
Sobre los numerosos sucesos violentos que asolaron España en la primavera de 1936 estima la líder comunista: “Yo he de referirme no solamente a los ocurridos desde el 16 de febrero, sino un poco tiempo más atrás, porque las tempestades de hoy son consecuencia de los vientos de ayer. […] Todo esto (N. del A.: hace alusión a las políticas seguidas por los gobiernos del llamado propagandísticamente “Bienio Negro”) iba acumulando una cantidad enorme de odios, una cantidad enorme de descontento, que necesariamente tenía que culminar en algo, y ese algo fue el octubre glorioso, el octubre del cual nos enorgullecemos todos los ciudadanos españoles que tenemos sentido político […] Fueron, señor Gil Robles, tan miserables los hombres encargados de aplastar el movimiento, y llegaron a extremos de ferocidad tan terribles, que no son conocidos en la historia de la represión de ningún país […] Centenares de millares de hombres torturados […] La insurrección asturiana, aquella insurrección que, a pesar de algunos excesos lógicos, naturales en un movimiento de tal envergadura, fue demasiado romántico porque perdonó la vida de sus más acerbos enemigos […]
Este extracto, henchido a partes iguales de demagogia y cinismo sin parangón, es simplemente tan obsceno como demencial y debiera servir para sonrojar (que no lo hará) a todos aquellos que siguen pregonando a los cuatro vientos el mito de “Dolores la demócrata”. Deja, contradictoriamente, de culpar de las tropelías a las víctimas: reconoce quienes son los verdaderos autores de los desmanes (“tempestades”) y los justifica en virtud de “los vientos de ayer”. Hace también un encendido panegírico de la revolución de octubre, insurrección violenta, antidemocrática y criminal contra la República que ahora dice Ibárruri defender. Tras falsear la magnitud de la represión gubernamental contra los sediciosos, justifica como “excesos lógicos y naturales” los numerosos delitos de sangre, las destrucciones, los robos y demás fechorías cometidas por los revolucionarios y se lamenta del “romanticismo” que impidió que se hubiese asesinado aún en mayor medida: pocas fueron las vidas segadas en opinión de Dolores Ibárruri, según reconoce ella misma. Estas palabras de la Pasionaria tendrían que hacer reflexionar profundamente a sus apasionados hagiógrafos sobre la verdadera naturaleza de su ídolo. Huelga decir que no se tomarán tamaña molestia.
Continúa su parlamento la diputada comunista, crecida en un ambiente favorable. Tras, en nueva pirueta contradictoria, culpar a las derechas de los numerosos atropellos cometidos desde febrero, exige “mano dura” al gobierno: “[…] Es necesario que el gobierno no olvide la necesidad de hacer sentir la ley a aquellos que se niegan a vivir dentro de la ley, y que en este caso concreto no son los obreros ni los campesinos […] Cuando el gobierno se decida a cumplir con ritmo acelerado el pacto del Frente Popular, y como decía no hace muchos días el señor Albornoz (N. del A.: representante del ala menos extremista del Frente Popular), inicie la ofensiva republicana, tendrá a su lado a todos los trabajadores, dispuestos, como el 16 de febrero, a aplastar a esas fuerzas […] Hay que comenzar por encarcelar a los patronos que se niegan a aceptar los laudos del gobierno. Hay que comenzar por encarcelar a los terratenientes que hambrean a los campesinos; hay que encarcelar a los que, con cinismo sin igual, llenos de sangre de la represión de octubre, vienen aquí a exigir responsabilidades por lo que no se ha hecho y cuando se comience por hacer esta obra de justicia […] no habrá gobierno que cuente con un apoyo más firme […] porque las masas populares de España se levantarán como el 16 de febrero y, aun quizá, para ir más allá, contra todas esas fuerzas que, por decoro, nosotros no debiéramos tolerar que se sentasen ahí”.
Tremendamente ilustrativo el final del discurso de la Pasionaria. Con belicoso vocabulario lanza una clara advertencia al gobierno: hay que “hacer sentir la ley” a todo aquel no afecto al Frente Popular (recuérdese que había justificado las fechorías perpetradas por izquierdistas) mediante una “ofensiva republicana” que “aplaste” a las fuerzas disidentes. Reivindica el íntegro cumplimiento del programa del Frente Popular (al que me referiré con cierta extensión próximamente), verdadero inventario de medidas ilegales y antidemocráticas que supondría de hecho el fin de la II República. Preconiza el encarcelamiento de individuos, en coherencia con la doctrina marxista, por su pertenencia a un determinado grupo social. Identifica falsamente a la totalidad de “las masas populares” con sus totalitarios correligionarios. Hace palmario reconocimiento de las verdaderas intenciones (“ir más allá”) del PCE, partido anti demócrata cuyo último fin era instaurar un régimen a imagen y semejanza del de la URSS de Stalin. Finaliza la Pasionaria su reveladora soflama con toda una declaración de principios: no se debe “tolerar por decoro” que los representantes de partidos ajenos al Frente Popular ocupen sus escaños ganados en las elecciones (intolerancia que ya había quedado reflejada en su actuación en la Comisión de Actas). Posiciones las de Ibárruri, muy del gusto de “El Plural” y otros, que difícilmente pueden encajar en el concepto de democracia o, sin apurarme, de simple convivencia.
Lo anteriormente expuesto no ha sido obra o invención de un furibundo enemigo de Dolores Ibárruri: es ella misma quien se ha retratado sin el menor pudor. Y el retrato es francamente siniestro, en el mal sentido del vocablo, y plenamente coherente con las actuaciones del personaje que, según propia confesión, prefería condenar a cien inocentes que dejar escapar a un culpable en la calle. Si los responsables de “El Plural”, de IU, del Sindicato de Estudiantes Independientes o los ecologistas de Margalló, entre otros, quieren rendir pleitesía a tan repulsivo y sanguinario elemento en su derecho están. Allá cada uno con su conciencia en el improbable caso de que la tenga. Ahora bien, de demócratas o tolerantes poseen bien poco: ellos, al igual que Dolores Ibárruri, también han quedado perfectamente retratados. Y su retrato es sencillamente asqueroso.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 12 de julio de 2011
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