Podrá parecer
contradictorio, pero en absoluto lo es: los cabecillas de la manifestación de apoyo al señor Garzón –el señor
Lara, el señor Méndez, el señor Fernández Toxo o la señora Bardem, entre
otros– añoran alguna característica del
régimen de ese Franco al que tanto odian y, al tiempo, tanto envidian y les
fascina, entendiendo por “alguna característica” la falta de independencia que exigen al
poder judicial.
Esa mezcla de
odio, envidia y fascinación más parece, a la luz de sus acciones, a una raíz
revanchista que al hecho de que Franco fuese un dictador y no creyese en la
democracia, porque ellos, así lo han demostrado, tampoco creen en ella. Están
convencidos de que sólo sus correligionarios, en excluyente exclusividad,
tienen títulos para legislar, gobernar y juzgar según su soberana voluntad.
Esta gente ni es demócrata, opción estrictamente personal sin mayor
trascendencia, ni acepta las reglas de la democracia, lo cual sí puede revestir
cierta gravedad.
Repasemos, por
ejemplo, el discurso de la señora Pilar Bardem a propósito del juicio al señor
Garzón: “linchamiento político”, “acoso ridículo”, “todo está muy bien atado”,
“causalidad y no casualidad” [relacionando la coincidencia de la fecha de
comienzo del juicio con el aniversario del vil asesinato de los abogados de
Atocha]; “cachondeo y recochineo” [sobre la absolución del señor Camps]. Sin
mayor credencial que el fanatismo, se considera esta señora dueña y señora para
dictar quién es intocable y quién tendría que haber sido arrojado a la más
lúgubre de las mazmorras. Tal vez esta sea la “guerra cultural” que, según mi admirada doña Beatriz, la izquierda ha rehuido.
Ciertas
actitudes, si llegasen a generalizarse, supondrían un grave peligro para la
persistencia de la democracia. Para que un sistema político democrático perdure
en el tiempo, sus normas han de ser aceptadas por una amplia mayoría de la
población. Pues bien, entre esa amplia mayoría no se puede contar a todos
aquellos que, como la señora Bardem y adláteres sin ir más lejos, defienden una
justicia ideologizada, parcial y caprichosa, una justicia intrínsecamente
injusta, una justicia que de tal sólo tiene el nombre. Si ellos fuesen la
mayoría, la convivencia democrática resultaría imposible.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 30 de enero de 2012
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