viernes, 14 de diciembre de 2018

Bibi come delante del ordenador

Bibiana Aído.

Erase una vez un reino llamado España. En el año 2011 las buenas gentes de España no vivían muy felices, ya que debido a una feroz crisis económica, en ningún caso achacable al gobierno del presidente Zapatero, muchas personas se habían quedado sin trabajo y casi todos pasaban serios aprietos para llegar a fin de mes.

No obstante, y a pesar de la delicada situación del país, en España siempre había lugar para la esperanza de progresar y las posibilidades de prosperar individualmente no conocían límite alguno. En el acabose de la igualdad democrática, y con los únicos requisitos de tener un carnet del puño y la rosa y un buen padrino, cualquier hijo de vecino sin la menor preparación podía llegar a ser ministro o director general, por ejemplo. Con la ventaja añadida de que al abandonar el puesto la solidaria generosidad del gobierno español para con sus ex componentes trabajaba con tesón para encontrar al cesante cargo una digna ocupación acorde con su brillante currículo. 

Tal fue el caso de una dulce muchachita llamada Bibiana Aído, Bibi para los amigos. Bibi era una chiquilla andaluza, de esa misma Andalucía cuyo porvenir no parecía presentarse especialmente halagüeño. Pero esta jovencita, con el inestimable apoyo de su familia y el sólido respaldo de un carnet socialista, consiguió convertirse en un luminoso faro que alumbró la ruta a seguir para miles de entusiastas cachorros socialistas.

Así, la simpática Bibi, que dio sus primeros pasos de la mano de un entrañable muñeco que cantaba con potente chorro de voz “La Internacional”, terminados sus estudios universitarios, y tras una breve experiencia laboral, encontró buena colocación en una cosa pública dedicada al desarrollo del flamenco. Tras tan rutilante carrera, consideró un presidente que transmutó de Bambi en lobo feroz que Bibi había reunido méritos para convertirse en ministra del gobierno español. En un periquete se creó un ministerio denominado de Igualdad (cuya función, básicamente, consistía en promover la desigualdad) y pallá que se nos fue la Bibi a batallar sin piedad contra el género neutro y a obtener imperecedera fama merced a haber enriquecido la lengua de Cervantes con la palabra miembra, que, sin llegar al nivel del fistro sexuar del genial Chiquito, no está nada mal.

Tras ciertos cambios en el gobierno, que todos tenían derecho a comer del bote público, pasó Bibi a ocupar, morreo con su amiguita Leire incluido, un puesto de  Secretaria de Estado. Pero ciertas aves vuelan demasiado alto y los cielos del reino español ya no colmaban las expectativas de la socialista Aído. Si a esto unimos que según todos los indicios las gentes de España, en innoble ejercicio de desagradecimiento, tenían pensado enviar al PSOE a la bancada de la oposición en las ya próximas elecciones, lógico es que se decidiese buscarle a la nena buen acomodo allende los mares.

Tras muchos devaneos y dolores de cabeza, previo pago de una buena porrada de euros a costa de los esquilmados contribuyentes españoles, consiguió la igualitaria Bibi encontrar ocupación en una cosa llamada ONU Mujeres. No se sabía exactamente cuál sería el cometido a desempeñar por la lozana andaluza en su nuevo cargo, pero a narices habría de ser importantísimo para que trincase por el mismo 6.400 euros netos al mes, complementos aparte, nos ha jodido. Dicen por ahí que su primera misión fue indicar a los asistentes a un acto dónde debía sentarse cada uno, tarea sin duda de gran calado ya que en estas ocasiones el buen orden es fundamental para que todo salga como tiene que salir: al menos regular.

De todas formas, no siempre es oro todo lo que reluce y, pese a que Bibi estaba “encantada” en su nuevo trabajo, tenía que dedicarle muchas horas al mismo: entraba antes de las nueve de la mañana (si eso no es madrugar que venga Dios y lo vea) y salía al anochecer. Fíjense hasta qué punto se lo curraba la zagala que, con fluida oratoria y salado gracejo, llegó a declarar: “Eso de comer delante del ordenador debería estar prohibido”. Razón no le faltaba en principio a la buena moza, ya que (suponiendo que se tengan trabajo, ordenador y qué comer) amén de incómodo después se queda el teclado hecho una birria, lleno de migas y grasa, y no es descartable que ciertas teclas dejen de funcionar. 

Por ejemplo, y sin ir más lejos, podría fallar la tecla “a” de “analfabeta”. O la “j” de “jetas”. No menos grave sería que fallasen la “p” de “poca vergüenza” o la “c” de “caradura”. Quiera Dios que no dejen de funcionar por tanto zampar la “f” de “falta de ética” o la “i” de “indignidad”. Y que nunca se estropeen ni la “b” de “bocazas” , la “h” de “hasta los huevos de esta gente” o la “y” de “ya vale, Rafa”. En fin, colorín, colorado, este cuento de miedo por hoy ha terminado.

Autor: Rafael Guerra
Publicado el 25 de septiembre de 2011

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