La parlamentaria Ana Oramas con Zapatero. |
Durante el reciente Debate sobre el Estado de la Nación se ha vivido en el Parlamento una horterada digna de la más cutre de las comedias románticas. La diputada de Coalición Canaria, Ana Oramas, protagonizó una empalagosa declaración de imperecedero amor cuyo destinatario fue el arrebatador presidente Zapatero. Por una vez, en las Cortes se obvió la siempre aburrida política y la tierna Oramas tiró de repertorio bobalicón y sentimental para hacer un canto a la pasión, que finalizó con estas entrañables palabras: “Usted puede mirar a los ojos de los españoles”. Parece demostrado que Zapa las vuelve locas: se ha convertido por méritos propios en el indiscutible rey del romance.
La pasional exposición de Anita, más digna de la cálida intimidad conyugal que de la frialdad del Congreso, fue recibida con el lógico choteo por parte de los atónitos diputados (“y que los demás no se rían”, reconvino la dulce Oramas) y del personal en general. A tal punto ha llegado el jolgorio público que la historia ha pasado de castaño a oscuro. Y claro, la buena de Anita se nos ha cabreado y ha decidido defenderse atacando, que es la mejor manera de hacerlo. Y el ataque, voto a bríos, ha sido de primerísimo nivel: “He hablado como persona y no como política. Las mujeres, los hombres sensibles y los gays me entienden perfectamente y sólo los retrógrados y machistas han reaccionado airados a mis palabras”. Con un par de huevos (sin perdón), sí señorita.
Hoy el tema está meridianamente claro. Otra vez ha quedado probado que la envidia es el deporte nacional por antonomasia. Por un lado, Anita es una mujer de bandera, guapa, salerosa, culta e inteligente; por el otro, Zapatero es un mozo bien parecido, alto, ingenioso, eficacísimo gestor de crisis y gobiernos, respetado y admirado. ¿Existe, acaso, algo más lógico que entre tan singulares personalidades brote puro el amor como las margaritas en primavera y se pregone a los cuatros vientos? Obvio es que no. Contra los sentimientos no se puede luchar, y si la pelusilla ha corroído a los diputados porque las múltiples cualidades de Zapa le hayan hecho exclusivo merecedor de la pasión amelocotonada de Anita, peor para ellos por cucos y taimados. A joderse tocan, campeones: reid, reid, que la procesión va por dentro.
Normal es también que la enamorada Anita Oramas se haya enfadado ante la general incomprensión hacia sus palabras (recuérdese que realmente es vulgar y cochina envidia) y que haya reaccionado atacando como lo ha hecho. Se podrá alegar en contra de la contestación de Oramas que al Parlamento se va a hablar en calidad de político y no de “persona”, que para eso ya existen foros más adecuados aunque peor retribuidos. Podrá objetarse que la defensa de Anita es una obra maestra de demagogia preñada del recurso a esa estupidez llamada “lo políticamente correcto”. Podrá aducirse que la distinción entre clases de personas hecha por la diputada de Coalición Canaria es una argucia oratoria absurda, arbitraria, falsa y discriminatoria. Podrá razonarse que si un diputado dijese que “sólo los gays y las feministas han reaccionado airados a mis palabras” podría este buen hombre pagarse una buena reconstrucción facial para que no lo reconociese por la calle ni su puñetera tía… y quien todo esto adujese tendría razón. Ni siquiera teniendo en cuenta que estamos ante una señorita enamorada hasta las cachas como una tierna colegiala (enamoramiento absolutamente hermoso y respetable) hay por donde coger lo que Anita ha dicho en su penosa contestación.
La gilipollez, con el consentimiento de la complaciente indiferencia, se ha adueñado de este país todavía llamado España y esto es lo que se lleva ahora: ante cualquier crítica, se sueltan los cuatro lugares comunes de rigor, se carga contra imaginarios colectivos que parecen ser los responsables de cualquier mal, asunto resuelto y hasta luego Lucas. Tampoco es especialmente chocante que los diputados recurran habitualmente a estas tretas burdas y despreciables. Les cuento un secreto: Sus señorías no han surgido por generación espontánea y los representantes políticos no dejan de ser fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. Dicho lo dicho, que cada cual extraiga sus propias conclusiones. Tan triste como deprimente, desgraciadamente esto es lo que hay.
Pero, en fin, no se consuela quien no quiere. Siempre nos quedarán los Barcelona-Madrid, los cigarrillos electrónicos, la cerveza sin alcohol, la píldora abortiva, el día del orgullo gay, los miembros y miembras y, sobre todas las cosas, ese templo del saber llamado Telecinco: recomiendo encarecidamente que no dejen de ver el Sálvame Deluxe. Si el diario ya es buenísimo, el lujoso según me han dicho está que te cagas, colega.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 3 de julio 2011
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