domingo, 25 de noviembre de 2018

Un soldado en su trinchera


Cuando hace unos meses se me invitó a escribir en Batiburrillo, no necesité pensarlo excesivamente para responder que sí. La razón es bien sencilla: no me gusta la sociedad en la que estamos viviendo. Desde mi punto de vista, las cosas van mal, muy mal, y tengo ya no tanto el derecho como la obligación de aportar mi pequeño grano de arena para denunciar todo aquello que considero injusto y nocivo: desde la política de desigualdad hasta la más que posible y probable desmembración de mi país. Batiburrillo es la plataforma ideal, al tratarse de un prestigioso foro con múltiples lectores. No obstante, a veces me asalta la duda: ¿servirá de algo mi modesta aportación? Realmente no lo sé, pero me he permitido contestarme a modo de pequeño relato.


Hay quien ha nacido hombre, gallego de Galicia y español de España, heterosexual, cristiano, firme creyente de la importancia de la familia como pilar de la sociedad, hostil al aborto... ¡Que desfachatez! Imposible entender cómo alguien puede acumular tamaños despropósitos en un solo ser. Lógico que se le odie. Lógico que semejante aberración sea combatida. A muerte. Hasta el exterminio. La mala hierba debe ser arrancada de raíz. Que sí, que es hora de hacer justicia. 

La progresía patria cree que con tales innobles cualidades este ser degenerado sólo puede ser carne de cañón, un triste soldado de infantería incapaz de defenderse del justísimo ataque que él solito se ha buscado por malvado, bruto y ruin. No va a saber de donde le caen las hostias. A joderse tocan, chaval.

Pero resulta que este tío piensa y no acepta ni dogmas ni imposiciones. Desde la soledad nocturna de su trinchera, con el barro endureciéndose en sus botas, un soldado de infantería se plantea si vale la pena defenderse en la guerra desatada por las hordas bárbaras que pretenden destruir todo aquello que por azar o convicción él representa y defiende. El mundo está loco y esto no puede acabar bien: la estupidez abruma y un gesto, valiente y digno, probablemente no signifique nada y lo mejor sea dejarse morir. La solidaridad, acaso la palabra más pervertida y despojada de significado, duerme el sueño de los justos. Los generales, que debieran apoyarle, están haciendo un curso de Alianza de las Civilizaciones. El coronel ha ido a una manifestación pro-aborto-pro-eutanasia-y-viva-Fidel; mañana le toca salvemos al bebé foca y a la Pantera Rosa. Los comandantes asisten a un seminario cultural sobre la influencia de Gran Hermano y Salsa Rosa en el pensamiento filosófico de Belén Esteban y Cristiano Ronaldo; el evento finalizará con una canción del gran Serrat con las inevitables imágenes de Carrillo y la Pasionaria, iconos de tanta libertad... Tiene narices el asunto, háganme caso.

Desorientado y confuso, el soldado de infantería se resiste a creer que no haya solución. Barrunta en su trinchera que es imposible que esté solo en esta guerra. Intuye más que sabe que tiene que haber otros soldados solitarios como él, decidiendo si vale la pena intentar defender su trocito de tierra, y muchos pequeños gestos tal vez puedan cambiar el signo de la lucha. Decide pelear: de todas formas no tiene otra opción. La trinchera lo es todo para él. Ganará o perderá (frase digna de egregio personaje conocido por su infalibilidad), pero no se lo pondrá fácil. Y si las cosas salen mal, agotará el último cartucho, montará la bayoneta, encenderá un pitillo y esperará a que vayan a buscarlo. Si tienen lo que hay que tener. Y tendrán que sacarlo de su bendita trinchera con los pies por delante, que no les quepa la menor duda.

Autor: Rafael Guerra
Publicado el 1 de diciembre de 2010

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