Mariano Rajoy. |
Siempre he dicho que al igual que la pertenencia al sacerdocio imprime carácter, la pertenencia a la inspección de hacienda, también. Casarte con una inspectora de hacienda debe ser la experiencia más inolvidable de tu vida. Tengo un amigo así de valiente, por cierto. Lo que de ninguna manera ocurre con una sacerdotisa, por razones obvias.
A la lista habría que añadir a los seguidores del Atlético de Aviación, ahora de Madrid, listos ya para sufrir su enésima derrota frente al equipo del norte de la Capital de España, aun cuando todos se apresten a seguir el protocolo, independientemente del resultado: tres cañas en la primera parte, bocata en el descanso y un par de copas en la segunda mitad, perdida ya toda esperanza de ganar al equipo más cursi de España.
Pero no es de fútbol ni de caracteres de lo que quiero hablarles, sino del impresentable de Rajoy. De este personaje menor que no se ha dignado a acompañar a lo mejor de la Nación, en su concentración de esta mañana, convocada para mostrar su más profundo y sentido rechazo a los enjuagues que el traidor Zapatero, con la inestimable ayuda del portavoz del gobierno del GAL, se trae con las serpientes asesinas de ETA.
Ese impresentable que no se ha molestado en unirse a la rebelión cívica contra la indignidad que trata de convertirnos en súbditos de una calaña, incapacitada para entender los profundos anhelos de justicia de las personas de bien, que hasta anteayer creían que votando al PP, alimentaban cierta esperanza de ser tratados como se merecen.
No sé lo que harán los que han echado de menos a ese sujeto en esa magna manifestación, yo lo tengo muy claro: no voy a votar al PP, en ningún tipo de elección, mientras al frente de ese partido esté esa cuadrilla de impresentables, con Rajoy a la cabeza. Antes muerto de hambre que de vergüenza.
Ser español, aunque no lo parezca ni se lleve, también imprime carácter.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 7 de noviembre de 2010
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