¿Habrá alguien que sin faltar gravemente a la verdad pueda asegurar que a Cataluña le ha ido mal a lo largo de su historia? Un simple vistazo al transcurrir de los últimos siglos nos lleva a comprobar que la región catalana, muy privilegiada en todos los sentidos por los diversos reyes y gobiernos de España, ha gozado del máximo nivel de bienestar en comparación con la mayor parte de las regiones españolas (es obvio que la comparación es el único método para advertir el buen trato o la ausencia del mismo) y por lo tanto es imposible, salvo que se practique el fraude interesado a la verdad, hablar de marginalidad o desprecio a los habitantes de un territorio como Cataluña.
Cataluña, contra la aberrante idea que vienen inculcando los nacionalistas al conjunto de los catalanes, ni es en la Península Ibérica el remedo de un Soweto africano, región famosa por su marginación en los años del apartheid o racismo, ni carece de simpatizantes fuera de sus fronteras regionales. Es decir, si acaso a Cataluña se la ha venido admirando en el resto de España, que es un excelente rasero para medir lo mucho que se posee. ¿Acaso el desgraciado envidia al pelagatos y quiere asimilarse a él? Por supuesto que no, ya que uno trata de emular al vecino que mejor vive o más posee, no al indigente. Y los catalanes, por decirlo de un modo ilustrativo, son los burgueses del barrio o ricachones desde hace mucho tiempo.
Ahora bien, podría irle aún mejor a Cataluña en caso de haber logrado la independencia en el siglo XII, como sucedió con Portugal respecto al Reino de León. Si reparamos en cómo viven hoy nuestros vecinos portugueses, a pesar de haber poseído un imperio nada despreciable, de contar con un territorio el triple que Cataluña y casi doblarla en población, me temo que nadie podría ofrecernos un sí rotundo o un no definitivo, salvo los nacionalistas catalanes, por supuesto, que siempre se equiparan con Suiza sin reparar que es un caso único en el mundo y que los suizos poseen una tradición multicentenaria a la hora de buscarse la vida, no como los catalanes, que han contado desde siempre con un mercado cautivo en el resto de España, que además ha sido suministrador de materias primas tiradas de precio, a veces por imperativo legal, y criadero de mano de obra a bajo coste cada vez que la han necesitado.
Y si hablamos de nuestros días, digamos que la pretensión de comenzar una independencia en plenas instituciones europeas, con moneda común, no necesariamente comportaría que los catalanes en general viviesen mejor. Sí lo harían sus actuales políticos, de eso no tengo duda alguna, puesto que entonces ya no estarían sometidos a instituciones españolas (Constitucional y Supremo) que les frenaran las fechorías, pongamos el uso ilegal del catalán como idioma único en la enseñanza y la administración.
En cualquier caso, como el nacionalismo es ante todo codicia y practica la doblez en lugar de la lealtad, uno de sus capitostes más dañinos y vanidosos, promotor originario de cuanto adoctrinamiento falsario ha ido destinado a las mentes de las últimas generaciones de catalanes, acaba de declarar que: “No hay otro camino para Cataluña: independencia o rendición”. Mi respuesta a bote pronto sería esta: Escucha, mal bicho, ni quiero que os independiceis ni aspiro en absoluto a vuestra rendición, hay una tercera vía que es la colaboración desinteresada y leal, hombro con hombro, con la nación española, a la que perteneces. En cuanto aflojara el adoctrinamiento, cambiando vuestra fantasía por la realidad, el catalán iría poco a poco incorporándose a la patria común: España, y os encontraríais a gusto además de ayudar a que todos viviéramos mejor.
Lo que también ocurre es que frases de semejante calibre, dichas a todas horas desde hace décadas, apologéticas a más no poder de la rebelión basada en el odio y sin que le cueste nada a quien las pronuncia (no olvidemos que Pujol la ha soltado justo después de unas elecciones en las que su partido salió disfrazado con la piel del cordero), lo único que consiguen es cambiar la admiración hacia los catalanes por el hastío hacia ellos o incluso por el desprecio, ya que una vez más, en las recientes elecciones, hemos visto a qué tipo de políticos secundan mayoritariamente o a cuántos millones ascienden los abstencionistas que pasan de todo. Y ese desprecio lleva hasta el punto de incidir en la admiración que muchos españoles hemos mantenido hacia los catalanes y ciertamente a llevarnos a dudar sobre si no estaríamos mejor sin ellos.
Desde luego, tal es mi caso, que me muevo entre 1. el deseo de desenmascarar a los nacionalistas, lo que es casi imposible de conseguir, y decirles a los adoctrinados lo mucho que perderían si se fueran de España y 2. la apetencia de que se marchen de una puñetera vez y nos dejen tranquilos. Qué necesidad tenemos de consentir el agravio permanente de los que se han venido enriqueciendo durante siglos a costa del resto de los españoles, ¿a saber a quién venderían sus productos y con qué mano de obra los fabricarían? Ya está bien de privilegios a una casta política a la que nada le basta y está dispuesta a lo peor con tal de seguir mandando en Cataluña.
Autor: Policronio
Publicado el 26 de enero de 2011
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