domingo, 18 de noviembre de 2018

No voy a escribir de Nueva York, o de cómo Libertad Digital se nos columpia


Aunque lo esté deseando, dado lo inminente del viaje familiar a la capital del capitalismo mundial. Desde luego que esa cualidad, la de Nueva York, no obsta, para que sea  la ciudad que junte más comunistas por metro cuadrado, aunque ninguno de ellos tenga la menor intención de vivir en Korea del Norte. Por poner un ejemplo. De comunismo, digo.

María Sharapova
Hoy, primer día de relax, más que merecido, voy a escribir de lo que fue un romance del que suscribe, eso sí, en grado de tentativa, con María Sharapova. Romance del que la prensa del cuore, rosa, visceral, de casquería, o como quiera que se llame a eso que investiga en lo que concierne a lo que ocurre del ombligo para abajo, hizo caso omiso. Omisión humillante, dicho sea de paso, para mi vanidad varonil.

El caso es que cierto día, a cierta hora, en un determinado hotel de una ciudad glamurosa por excelencia, no puedo dar más detalles porque mi caballerosidad me lo impide, coincidí con María, así la llamo en la intimidad soñada, en la recepción del referido e innominado hotel. Ni que decir tiene, que aproveché para pedirle un autógrafo, con la vana esperanza de que, en la confusión idiomática y la proximidad de un hombre antiguo, yo mismo, se confundiera y me diera su número de habitación o mismamente el de su teléfono.

Pues ni lo uno ni lo otro ni lo de más allá: me dio el número de su representante de comercio, que es lo que hacen las señoras como es debido, cuando se enfrentan a semejante situación.

Ofendido de mí, juré por lo más sagrado que al día siguiente, y todos los días de mis días, la castigaría con el látigo de mi indiferencia. Y como primera providencia, y ante lo más sagrado, juré  que abandonaría el hotel, a la mañana siguiente, al menos, con dos horas de diferencia, de lo que lo hiciera la referida. Faltaría más.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 31 de julio de 2010

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