El caos en que se encuentra sumida España me ha hecho recordar a uno de mis héroes de la infancia: al personaje que da título a este capítulo. Cuando a los nueve años, estudiando el primer curso de bachillerato, texto de Historia Universal, tuve conocimiento de él, quedó su imagen y su ejemplo fijos en mi mente (en una lámina aparecía en su finca, asiendo la lanza del arado). Voy a relatar muy sucintamente su biografía, que he actualizado, pues mi memoria no llega a tanto.
Patricio romano, vivió entre los años -519 y -439. Era, tal vez por su estricta conciencia, enemigo del Tribunado (representantes políticos de la época surgidos de las 24 tribus romanas, tan semejantes a nuestras 17 comunidades autónomas), donde hubiera podido integrarse por su linaje. Aún así, Cincinato se dedicó a labrar sus campos, en una vida bucólica totalmente separada de la actividad pública. No obstante, no pudo negarse a intervenir en ella, y lo hizo por tres veces, al ser requerido por los romanos debido a las adversidades que habían asolado la nación. Adversidades producidas, ociosa aclaración, por los políticos de su tiempo.
Su primera actuación, al aceptar la condición de cónsul que le ofreció el Senado, tuvo lugar en -460, a causa de un litigio entre patricios y plebeyos como consecuencia de una ley que impedía a estos últimos el intercambio o unión de tierras. Fue un asunto relativamente de poca monta que arregló en pocos días y regresó de nuevo tras el arado.
La segunda intervención fue motivada por la invasión de los ecuos y volscos, aliados contra Roma. Uno de los cónsules romanos, Minucia (era político, claro está), de una incompetencia absoluta, puso en peligro la existencia de Roma, por lo que los romanos, aterrados, acudieron a Cincinato. Le encontraron en su finca, como casi siempre agarrado a la lanza del arado, y le suplicaron que aceptara el nombramiento de dictador. Su honradez y patriotismo le impedían negarse y mostró su conformidad. Al día siguiente se presentó en Roma, reorganizó el Ejército, devolvió la moral a los ciudadanos y, a los dieciséis días, vencedor, estaba de regreso en su domus, de nuevo junto a su arado.
La tercera vez, ya con 80 años, fue ocasionada por las querellas entre políticos, que ansiosos de apoderarse de los puestos rectores con el objeto de enriquecerse (igual que pasa ahora en España), ponían en peligro la existencia de la República. Los políticos, en sus actuaciones, habían provocado la ruina de la nación y el pueblo estaba hambriento, al extremo de que, según Tito Livio, muchos se suicidaban por no poder soportar el sufrimiento de ver a sus familiares morir de hambre. Entonces no existía Cáritas.
Uno de los políticos, Espurio Melio, hombre riquísimo, compró grandes cantidades de trigo que repartió gratis entre la plebe, la cual, lógico es, le aclamaba como salvador. Pero Espurio tenía sus planes: simultaneaba la distribución de trigo con la acumulación de armamento, la maquinación y el soborno a los tribunos para que le secundaran en su maniobra de hacerse con el poder, dando fin a la República.
Llamado Cincinato por el cónsul Tito Quincio Capitolino Barbato, tal vez el único decente que había entre los políticos (es lógico que hubiera alguno, como lo es suponer que ahora también lo haya entre los políticos españoles), acudió a Roma y de nuevo fue nombrado dictador.
Cincinato que, evidentemente, no era tonto y arreglaba las cosas sin “enérgicas protestas”, mandó al general Servilio, jefe de la caballería, a comunicar a Espurio que quería verle. Espurio Melio olió la tostada y huyó, refugiándose entre la plebe, a la que quiso sublevar. El general Servilio intervino manu militari, le detuvo e hizo que le ejecutaran.
Regresó ante Cincinato, al que comenzó a dar explicaciones de su acción. Cincinato le interrumpió y le dijo: “Cayo Servilio, ¡gracias por tu valor! ¡El Estado se ha salvado!”.
Lucio Quincio Cincinato ha pasado a la historia como modelo de patriota que intervino en la política romana solamente en caso de necesidad extrema, rechazando siempre los honores públicos con los que quisieron recompensarle y prefiriendo volver a su labor acostumbrada en la agricultura. La ciudad de Cincinati, en EE.UU., lleva el nombre en honor de Cincinato, a su vez inspirador de una liga de patriotas honrados a la que pertenecía George Washington.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 30 de octubre de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.