Se cumplen en estas fechas 89 años del desastre de Annual, donde alrededor de 10.000 soldados españoles fueron masacrados por los guerreros rifeños comandados por Abd el-Krim. 89 años no son una efemérides especialmente significativa, pero no quiero por ello dejar de recordar a tantos compatriotas allí fallecidos y, a mi entender, injustamente olvidados.
Las causas del desastre fueron varias: la existencia de una importante corrupción (llegando al extremo de vender armas y municiones a los rifeños), la incompetencia y falta de previsión de buena parte de los dirigentes políticos y militares, el impetuoso avance del general Silvestre sin tomar las más elementales precauciones para consolidar sus posiciones, la deficiente instrucción de los bisoños soldados de reemplazo, la enorme dispersión de las tropas y la elección de campamentos en lugares sin agua y difícilmente defendibles...
Annual había sido ocupado por Silvestre en enero de 1921 como base de operaciones para el posterior avance hacia Alhucemas, que supondría la pacificación del Rif. La pérdida el 21 de julio de la posición elevada de Igueriben (heroicamente defendida hasta la muerte por el comandante Benítez y sus hombres) unida al cobarde y criminal abandono de las alturas del Izzumar y a la defección de buena parte de las tropas indígenas desencadenaron el desastre. No hubo ninguna batalla en Annual: desde el día 22 de julio se produjo una huida caótica en dirección a Melilla o a la zona francesa tratando de salvar la vida desesperadamente. Pocos lo lograrían. Una a una, todas las posiciones españolas fueron tomadas por las fuerzas de Abd el-Krim. La misma Melilla estuvo amenazada y fue furiosamente bombardeada desde el estratégico Gurugú. Especialmente dramáticas fueron la masacre de Monte Arruit (alrededor de 3.000 muertos), la degollina en el Izzumar (1.000 muertos) y el exterminio de las columnas del coronel Araujo y del teniente coronel García Esteban (1.000 muertos en cada caso).
Durante la huída hubo cobardías, bajezas morales de todo orden, indignidad, rendiciones a cambio de dinero y a costa de la vida de los desdichados soldados, conductas viles, despreciables y abyectas, oficiales ocultando sus galones para correr sin el menor recato. No obstante, también se produjo el fenómeno contrario: la generosidad sin límites, actuaciones épicas y gloriosas, el sacrificio extremo, el heroísmo en estado puro, el valor más admirable, el cumplimiento del deber hasta la muerte.
Me gustaría recordar a héroes como el coronel Morales, muerto en las despiadadas cuestas del Izzumar tras haber permanecido con su general hasta el último momento; a los capitanes Pérez García (que hizo honor a su promesa de que "sabría morir cumpliendo con su deber"), Escribano y Capablanca, que murieron en sus respectivas posiciones al frente de sus hombres; al teniente Bernal y al alférez Dueñas, que prefirieron morir defendiendo sus parapetos antes que rendirse; a los capitanes Amador, Chicote y al teniente Púas, que fallecieron en gallardas cargas a la bayoneta contra las filas rifeñas, a la cabeza de sus soldados; a los tenientes Marco Mir y Arroyo, que se negaron a aceptar la rendición de sus superiores y eligieron morir con sus hombres; a los tenientes Benito y Salama cargando contra el enemigo y muriendo en fantástica cabalgada; al teniente coronel Primo de Rivera (muerto en Arruit) dirigiendo las múltiples cargas del Regimiento de Caballería Alcántara a uno y otro lado del río Igán, que salvaron del exterminio a la columna del general Navarro; al capitán Arenas, que tras una valiente acción suicida (en compañía del capitán Aguirre y Órtiz de Zárate) moriría defendiendo a pecho descubierto una batería abandonada; al capitán Blanco, organizando el paso del Igán y dando ejemplo a la tropa; al valeroso teniente médico Vázquez Bernabeu defendiendo a sus heridos pistola en mano y protagonizando una increíble fuga de su reclusión; al guardia civil Almarcha, ejemplo de valentía en la defensa de Nador... Entre tanta ignominia, estos oficiales y otros, al mando de sus valientes soldados, supieron defender el honor del derrotado Ejército español.
Vaya desde aquí mi reconocimiento para ellos y para todos los héroes de las campañas africanas. Y vaya también mi recuerdo especialmente emocionado para un joven soldado español, apellidado Guerra, que hace muchas décadas regó con su sangre noble y generosa las áridas tierras africanas donde descansa eternamente.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 30 de julio de 2010
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