lunes, 5 de noviembre de 2018

Izquierda y progresismo


La distinción entre derechas e izquierdas data de 1789, cuando en París los diputados se agruparon en dos bloques: el clero y la nobleza se situaron a la derecha de la tribuna real y el “pueblo llano” (representantes del Tercer Estado) a la izquierda. Según esta distribución (anecdótica y aleatoria, pero que ha caracterizado el devenir de la vida política desde entonces en no escasa medida), la derecha representaría el carácter conservador defensor de la inmutabilidad del orden social existente, por injusto que éste fuese, mientras que la izquierda sería la representante del carácter progresista, siempre dispuesta a transformar la sociedad, supuestamente en busca de la igualdad, la justicia y el bien común, siempre defendiendo a aquellos sectores sociales más desfavorecidos. Si bien es verdad que esta división no deja de ofrecer extrañas y curiosas contradicciones: así, por ejemplo, en los años 70 el PCE sería progresista, ya que aspiraba a transformar por completo el orden social existente en España; en la misma época el PCUS sería conservador, ya que su interés se concretaba en mantener el orden establecido en la URSS. Paradojas políticas.

De la anterior división y las características citadas, se puede concluir, con fines interesados y propagandísticos, que ser de derechas o conservador es “malo” y ser de izquierdas o progresista es “bueno”. Tan peregrina idea se puede resumir en la ecuación Izquierda = Progreso = Bueno, con su contrapartida Derecha = Conservadurismo = Malo. Aunque esta ecuación entra de lleno en la categoría de tópico, no deja de ser utilizada por los campeones del “pensamiento” progre con fines meramente propagandístico y resultados francamente sorprendentes, con el fin de erigirse en representantes de la bondad política y social y obtener una especie de hiper legitimidad democrática como adalides de la defensa de los derechos del “pueblo”.

Observando el caso del actual PSOE (partido de izquierdas, por tanto progresista) en sus años de desgobierno se observa perfectamente lo absurdo de la anterior ecuación, tan cara a sus oídos. Examinemos brevemente algunas de sus líneas programáticas fundamentales:

-Asociación con los nacionalismos radicales y absoluto desprecio por España, hasta el punto de no estar muy lejos de conseguir desmembrar una nación con siglos de historia a sus espaldas y con una tradición y riqueza cultural al alcance de muy pocas naciones.                                                                     

-Decidido y claro apoyo al aborto, que ataca de raíz el más elemental derecho de cualquier persona: el derecho a la vida.

-Apología del feminismo radical, plasmado en la creación del ministerio de "desigualdad", cuya única meta es convertir al varón en ciudadano de segunda.

-El alejamiento de los más destacados países occidentales para embarcarse en la absurda propuesta de esa entelequia llamada Alianza de las Civilizaciones.

-El absoluto relativismo alejado de cualquier consideración de índole moral que permite armonizar sin rubor las teorías más contradictorias: no dudan en apoyar la unión de personas del mismo sexo y al tiempo la fraternal alianza con culturas como la islámica, donde la homosexualidad es ferozmente reprimida.

Cualquiera de estas líneas básicas del gobierno radical del PSOE es progresista en el sentido de que aspira a transformar absolutamente la sociedad actual, pero el progreso sin tener en cuenta razones de orden moral no es “bueno”, con lo cual la propagandística ecuación es falsa. Y sólo progresamos hacia el abismo: si esto es progresar mejor es decir “Virgencita que me quede como estoy”.

Autor: Rafael Guerra
Publicado el 11 de mayo de 2010

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