El precio de la vivienda

El año 2007 puede considerarse el año en que el precio del metro cuadrado en España y del kilo de concejal alcanzo su máximo. En 2008 la orgía de subidas se paró en seco. Se hizo evidente que la vivienda estaba sobrevalorada y que mucha gente estaba endeudándose más allá de lo razonable para comprar zulos, acosados o chaletes. Las Cajas primero y después los Bancos siguiéndoles aguas para no quedarse sin clientes, habían dado hipotecas sin hacer adecuada valoración de riesgos. Muchos habían venido advirtiendo de la existencia de una burbuja inmobiliaria en España, pero no fue hasta 2008 cuando la burbuja se hizo evidente: era un burbujón. Miles y miles de millones de euros estaban inmovilizados en tochos a medio construir o sin vender, y millones de metros cuadrados recalificados como urbanizables empezaron a criar brotes verdes, pero de ortigas y matorral. 

Era evidente que lo razonable era bajar precios. Pero la frase que pronto se escuchó por parte de los grandes promotores e incluso de los particulares conocidos como pasapiseros fue la de “antes de bajar precios, me como los ladrillos”. Cientos de oficinas inmobiliarias cerraron, grandes empresas promotoras entraron en concurso de acreedores, las ventas se estancaron, pero no hubo desplome de precios. Cajas y Bancos comenzaron a aceptar tochos y terrenos en dación en pago de deudas por parte de los grandes promosaurios, convertidos en grandes morosaurios. Todas las fuerzas involucradas, Administración incluida, se pusieron de acuerdo para intentar que no bajasen los precios.

Hemos llegado a 2010 con casi un millón de viviendas nuevas construidas que están en venta, muchas de ellas en grandes urbanizaciones de costa, campo o montaña, pensadas primordialmente como viviendas de ocio, es decir, como segunda vivienda. Miles de millones de euros están inmovilizados en éstas urbanizaciones. Es muy difícil que en la situación actual, la gente esté dispuesta a sacrificarse o entregar su dinero para comprar viviendas de ocio que intuyen además sobrevaloradas. Sería necesario una caída sustancial en éste tipo de vivienda, pero muy sustancial, probablemente en torno al 50%, para que ese enorme capital inmovilizado se ponga en circulación y reactive la economía. Muchos promotores se llevan las manos a la cabeza al escuchar ese porcentaje de bajada, pero parece absurdo que después de una subida de un 300% en el precio de la vivienda en el curso de unos diez años, digan ahora  que una disminución del 50% es una barbaridad. Pues, nada, si no hay ajuste serio, a comerse los ladrillos. Todo es acostumbrarse. Ponga un ladrillo en su dieta. Un ladrillo, mejor que un solomillo. 

Autor texto e imagen: Bucan (Firmas invitadas)

Publicado el 12 de mayo de 2010