ZP y Montilla |
Un presidente del Gobierno digno de tal nombre debería cuidarse muy mucho de manifestar en público sus preferencias por un determinado lugar de España. Entre otras razones, porque su deseable menester como presidente de todos los españoles, sea cual sea el origen o la condición de éstos, quedaría al menos seriamente en entredicho. Sin embargo, se trata de Zapatero, al que, no sólo no le importa establecer divisiones de categorías entre españoles, sino que precisamente basa en esa misma actitud su estrategia política y de mantenimiento en el poder. De ahí que haya declarado sin ambages, e incluso en la sede de la soberanía nacional, su 'procatalanismo'.
Ojalá esa inclinación por lo catalán, que como buen 'progre' identifica con lo nacionalista catalán, se limitara a su conocida y aireada afición por el Barça. Pero esa simpatía que dice profesar adquiere desde luego connotaciones mucho más profundas. Así, ahora que se conmemora su décimo aniversario al frente del socialismo español, cabe recordar con qué apoyos alcanzó contra todo pronóstico la secretaría general del PSOE: Amén de Balbases posteriormente amotinados y tachados de 'corrutos' (Blanco 'dixit'), desempeñó un papel decisivo el PSC liderado entonces por Maragall; ante el cual, y antes de dejarle en la estacada cuando le convino (como a tantos otros), llegaría a comprometerse a aceptar sin más el 'Estatut' que aprobara el Parlamento de Cataluña. Un auténtico dislate de quien aspiraba a presidir el Gobierno de España, pero que dejaba bien claras sus intenciones ya por aquel entonces: Utilizaría precisamente el Estatuto catalán como estandarte de su proyecto de cambio de régimen, para lo cual resultaba imprescindible intentar acabar con el actual sistema constitucional. Eso sí, por la puerta de atrás, con el fin de garantizarse el éxito de la demolición.
ZP y Mas |
De tal forma que, tras el fracaso del caído en desgracia Maragall, el mismísimo Zapatero se encargó, en colaboración con el nacionalista Mas, de insuflar vida a un 'Estatut' que pasó a ser fundamentalmente obra suya. Y una vez que el Tribunal Constitucional, siquiera muy tímidamente, pusiera en evidencia que del Parlamento no salió precisamente 'limpio como una patena', el leonés que gobierna (o malgobierna) España y el cordobés que todavía preside Cataluña, que para más inri se encuentra en vísperas de unas elecciones autonómicas que se le presentan muy complicadas, se confabulan para propiciar la plena realización de la 'nació catalana' y, en consecuencia, saltarse la sentencia a la torera. Así de claro ha sido el presidente del Gobierno al respecto: 'Cataluña es una 'nación política'; inaudita, frívola y perniciosa afirmación de quien, en virtud de su cargo, debería ser el primero en defender los intereses y las competencias de la Administración General del Estado y, por supuesto, la unidad política de España. Porque si Cataluña ha alcanzado ya tal categoría, ¿cómo se le puede negar que funde un Estado propio? Aunque, claro, ya sabemos que para personaje tan irresponsable e insensato la nación 'discutida y discutible' es la española.
Y es que ni el hecho de que en su momento prometiera cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, ni la soberanía nacional española de la que emana el sistema constitucional que se intenta menoscabar, ni, en consecuencia, sus instituciones, constituyen un impedimento para los planes rupturistas de Zapatero: El cambio de régimen que propugna pasa por la consolidación del reparto de poder entre nacionalistas de todo pelaje (incluido el componente etarra, al que se pretende incorporar tras ese segundo 'proceso de paz' que se está gestando estos días), que pastorearían sus predios sin escollo alguno, y los socialistas, que con el apoyo de los primeros se asegurarían su mando en plaza sobre lo que quedaría de España. De tal forma que al PP le resulte casi imposible acceder al Gobierno, máxime cuando, al no adherirse al último consenso del pensamiento único nacionalista, su condición de 'enemigo de Cataluña' se propaga convenientemente para confinarle definitivamente en el 'cordón sanitario'. En Cataluña ha basado Zapatero sus victorias electorales (hasta el punto de que sin los 25 escaños que aporta el PSC, el partido mayoritario en la Cámara sería el PP), y en Cataluña quiere fundamentar su solapado y sectario cambio de sistema.
Quizá una crisis económica que se está viendo absolutamente incapaz de gestionar acabe dando al traste con sus planes. Aunque todavía está por ver.
Autor: Pedro Moya
Publicado el 24 de julio de 2010
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