viernes, 23 de noviembre de 2018

El precio del Estado de Derecho


Los asiduos a los casinos del franquismo se distinguían por tres cosas:  jugaban  a lo prohibido y con lo prohibido, con la total anuencia de las fuerzas vivas de la localidad, inventoras del posterior sistema de compensación de pagos bancario. De dinero hablamos de noche. De ninguna manera entraba en sus planes hablar de mujeres susceptibles de alcanzar la santidad, según los cánones católicos, apostólicos y romanos de la época y por derrochar un ingenio, acorde con la mala leche del gobernador civil de turno. 


Es el caso de un fulano, que al aproximarse a la salida de un tal, sito en un pueblo importante de los Estados del Duque, no tuvo por menos que aliviar de presión el bajo vientre, con tal sonoridad, que aún se habla de ello en la localidad.

Ni que decir tiene, que el conserje de turno, colocado en tal prebenda por el escribiente de la villa, ya casi villorrio, por obra y magia de la PAC, llamó la atención del pedorro, imponiéndole una multa de a cincuenta pesetas la ventosidad, definitiva, firme y ejecutiva, desde su dictado, que para eso era el representante de la cosa.

Como quiera que el fulano era guasón y aficionado a la fabada, además de usuario de chapines, no tuvo por menos que responder al conserje con la frase que correspondía a su posición y a la del otro: “Tome usted cien pesetas y cóbrese de éste y del próximo, que ya me viene”, al tiempo que dejaba escapar otro cuesco, si no de la importancia sonora del primero, aun más guarro, por oloroso, digo.

Pues ello me ha recordado, por lo contrario, el afán de arrepentimiento, que de pronto adorna el comportamiento de reconocidos etarras. Que no están dispuestos a pagar, en buena ley, por lo que han pertrechado, con la anuencia de un conserje felón, tontibobo y desalmado, que olvida quién le ha colocado en el puesto: el Pueblo Soberano.

De modo, que llevado el discurso a estos extremos, no tengo por menos que decir, que me cago en tos sus muertos. Refieran ustedes el “sus” a quien a bien tuvieran.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 28 de octubre de 2010

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