Bibiana Aído jura su cargo de ministra. |
Recientemente, un compañero de trabajo ha tenido un hijo. Hasta aquí todo perfecto. Feliz acontecimiento que sin embargo le ha hecho ser consciente de que se ha convertido en un ciudadano de segunda, imposibilitado al menos para poder resolver ciertas cuestiones burocráticas por su condición masculina, discriminado por un cromosoma. Este conocimiento de su inferioridad civil, valga la expresión, le azotó con toda su crueldad en el momento de intentar inscribir al recién nacido en el Registro Civil.
Por motivos que no vienen al caso, decidió hacer la inscripción en una localidad que no se corresponde con la del nacimiento de la criatura. Con los correspondientes documentos e impresos bajo el brazo y una orgullosa sonrisa de padre primerizo dibujada en su cara, se personó en el Registro para cumplir con el necesario trámite. Allí fue informado por la amable funcionaria de turno de que no se podía efectuar la inscripción, ya que "es requisito necesario e imprescindible que quien se presente para solicitar la obligatoria inscripción sea la madre del bebé". Las lógicas y cargadas de sentido común protestas de mi compañero en referencia a que algo había tenido que ver él en el nacimiento del niño como padre que es y que para una mujer que acaba de dar a luz no es muy cómodo ni conveniente hacer ciertas gestiones cayeron en saco roto. La situación se solventó yendo la mujer de mi compañero a inscribir a su hijo. Huelga decir que la presencia del flamante padre fue simplemente testimonial, ya que en absoluto era necesaria para proceder a la inscripción.
Desconozco por completo si la incapacidad de un padre para registrar a su hijo es la norma habitual o este caso es una excepción propia de esta localidad concreta y tal vez otras, pero no deja de ser sintomático de los tiempos que corren y hacia donde nos conducen las políticas de (des)igualdad promovidas por nuestros actuales (des)gobernantes. Políticas que, dicho sea de paso, no dejan de molestar a cualquier mujer con un mínimo de sentido común que tal vez no desee ser tan protegida, y menos de manera tan torpe, molesta e inepta. El que los abanderados del nuevo orden a imponer y sus cómplices sean los encargados de proteger a las mujeres tiene cierta similitud con que los zorros se dediquen a proteger un gallinero. Ver para creer.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 16 de junio de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.