Las víctimas del terrorismo son indiscutible punto de referencia moral de una sociedad como la española, especialmente golpeada por el fanatismo criminal. Su sacrificio y su ejemplo han de estar continuamente presentes en la acción política y social de cualquier Gobierno, que debería obligarse, además de a prestarles ayuda, a dispensarles un trato de especial consideración y respeto. Aún así, hubo que esperar a la presidencia de Aznar, él mismo una víctima del terrorismo, para que por fin un Ejecutivo tuviera entre sus objetivos básicos dignificar la memoria de quienes dieron su vida por España y la libertad. Justo proceder que, por desgracia, fue cortado de raíz por su inesperado sucesor en La Moncloa, ocupado como estaba en unas componendas con la ETA que implicaban tanto el lavado de imagen de los asesinos y quienes les apoyan, como el intento de anular y hacer olvidar a los damnificados por sus actos criminales.
Sin embargo, si Zapatero no consiguió llevar a buen puerto su soñada pretensión de pasar a la historia contemporánea como 'el Príncipe de la Paz' (por inmoral que ésta sea) fue fundamentalmente por la extraordinaria movilización social liderada por las propias víctimas, que nunca han permitido que los terroristas acabaran sacando el más mínimo provecho político de su sufrimiento. Es algo que el mismo presidente del Gobierno tiene muy claro y que parece no estar dispuesto a perdonarles jamás. De ahí su inadmisible gesto de desprecio de no asistir a la clausura del último Congreso Internacional de las Víctimas del Terrorismo que tuvo lugar en Salamanca, donde en cambio su detestado Aznar fue aclamado y vitoreado. Al final cada uno acaba recogiendo lo que siembra.
Pero Zapatero no se ha conformado con desairar a las víctimas, sino que incluso ha decidido pasar a la afrenta pura y dura. Y es que su cargadísima agenda no le ha impedido recibir a sus 'héroes' particulares, a esos cineastas entre los que destacan sus amigos 'zejateros', a los que tanto debe. ¿Con quiénes iba a estar más cómodo que con los mismos que en otras épocas presumían de una desinteresada 'conciencia social' y salían a la calle bajo el grito de 'no a la guerra', pero que ahora no le iban ni a mentar los cuatro millones de parados, y ni tan siquiera a reprochar que nuestras tropas permanezcan en Afganistán pese a toda la sangre derramada? ¿Con quién mejor que con Álex de la Iglesia, que ha aprovechado para felicitar al Gobierno por su 'lucha contra la piratería', manera eufemística de aplaudir la censura que su insigne colega Ángeles González-Sinde, ahora Ministra por casualidades de la vida, pretende imponer en Internet? Pero además el presidente, ni corto ni perezoso, se ha atrevido a pedir 'memoria, dignidad y justicia', precisamente las tres demandas más significadas por las víctimas, no para aquellos que han sacrificado sus vidas por la España constitucional, sino para quienes cometen la 'hazaña' de bailarle el agua al poder establecido para seguir pastando en el pesebre de la subvención.
A tales extremos de ignominia e infamia ha llegado el rencor, combinado con el sectarismo más atroz, de José Luis Rodríguez Zapatero. Un presidente del Gobierno indigno y tremendamente injusto con las víctimas del terrorismo.
Autor: Pedro Moya
Publicado el 16 de febrero de 2010
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