Hace veinte años asistimos a uno de los fenómenos más grandiosos de la historia de la humanidad: La caída del Muro de Berlín. Después de más de setenta años extendiendo el totalitarismo, el crimen y la miseria en tantos rincones del mundo, el siniestro imperio comunista soviético había sido definitivamente derrotado. Una larguísima y larvada Guerra Fría tocaba felizmente a su fin, y de la mejor manera posible: Con la apabullante e incontestable victoria de la democracia liberal y de la economía de mercado. En suma, tras décadas de incontables sufrimientos y sacrificios humanos, la causa de la libertad se apuntaba un memorable triunfo.
Si cabe personalizar en alguien este extraordinario éxito, es sin duda en Ronald Reagan. Sin restarle méritos a la magnífica labor desempeñada tanto por Margaret Thatcher, con quien formó un inquebrantable tándem político en la defensa de los principios democráticos y liberales, como por Juan Pablo II, quien supo poner en evidencia el carácter inhumano del comunismo y su radical incompatibilidad con los valores cristianos, hubiera sido más difícil vencer al totalitarismo soviético sin aquella combinación de consistencia militar y habilidad diplomática de la que hizo gala Reagan.
Y es que, al contrario que algunos de sus antecesores, Ronald Reagan creía sólidamente en la superioridad moral y material del mundo libre sobre lo que acertadamente calificaba como 'imperio del mal'. Maligna tiranía, como tal, desprovista de legitimidad y con la que, por tanto, no había que resignarse a 'convivir', sino, simple y llanamente, derrotarla: 'Mi teoría de la Guerra Fría es que nosotros ganamos y ellos pierden', fue su predicción ya en 1977. Con esta claridad de ideas, expresadas sin eufemismos, se ganó la incomprensión de los adalides de la 'distensión', entonces como ahora legión, y el odio de la izquierda política e 'intelectual', siempre dispuesta a disculpar, en aras de un tan inexistente como sangriento 'progreso', los desmanes del totalitarismo comunista. Pero fue esta política de firmeza, basada en unas arraigadas convicciones liberales que no se privaba en divulgar siempre que podía, la que propició aquella gran victoria de la libertad.
Por tanto, es de justicia rendir tributo a quien debe pasar a la historia como un coloso de la libertad. A propósito de su más extraordinario legado, rememoramos su histórico discurso frente a la Puerta de Brandenburgo, en el que, ante una audiencia entregada y enfervorizada, lanzaba al líder soviético el siguiente desafío: 'General Secretary Gorbachev, if you seek peace, if you seek prosperity for the Soviet Union and eastern Europe, if you seek liberalization, come here to this gate. Mr. Gorbachev, open this gate. Mr. Gorbachev, tear down this wall!' Dos años después, millares de berlineses, tanto de Occidente como de Oriente, salieron a la calle y derribaron el muro que les dividía y afrentaba. Fue el principio del implacable derrumbe del totalitario imperio soviético.
Autor: Pedro Moya
Publicado el 4 de noviembre de 2009
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