Será difícil olvidarse de la comparecencia de Alfonso Guerra, a la sazón segundo al mando del PSOE, cuando en la noche del 28 de octubre de 1982 (apenas año y pico más tarde de ese sospechoso 23-F), desde la sede de su partido ofreció los resultados de las elecciones generales: “PSOE, 202 diputados; UCD, 11 diputados”… Etc. Y eso ocurrió así, pasmosamente, después de cinco años y medio (casualmente los que ahora lleva Zapatero) durante los cuales la UCD había gobernado en España e incluso se permitió revalidar la mayoría poco más de dos años antes, en 1979. En otras elecciones, además, la UCD obtuvo resultados muy estimables, como por ejemplo los 18 diputados que logró en las autonómicas catalanas en 1980 o un número de votos similar a los de Alianza Popular en Galicia, en 1981.
Pues bien, viene lo antedicho a cuento para ilustrar mi convencimiento de que España jamás volverá a ser una patria hasta que los socialistas pasen a ser la UCD de 1982, es decir, cuando solamente consigan un grupo residual de diputados que no cuenten para nada a la hora de formar gobierno o influir en él. Sé que jamás veré una cosa así (no soy tan ingenuo ni tan joven), y menos en esta etapa de inmoralidad política en la que vivimos, donde todo es propaganda para encubrir una falsedad galopante en la que el ciudadano se halla adocenado por las televisiones de la izquierda o bien, a sabiendas de que respalda la inmoralidad, no deja de mostrar su condición de vasallo interesado. No obstante, intuyo que algún día puede llegar a darse ese escrutinio: PSOE, 11 diputados.
No es posible que la maldad, la siembra de odio y la incompetencia prevalezcan en España durante mucho tiempo más. Hablo de una o dos décadas, naturalmente. Y no lo creo porque en el momento en que comience a generalizarse el conocimiento de que los socialistas jamás le reportaron ningún beneficio digno de tal nombre a los españoles, desde Pablo Iglesias para acá, deberán ir perdiendo su voto tradicional, que hoy logran por pura inercia, y éste se decantará hacia otras formaciones más decentes, si es que a la política cabe adjuntarle la palabra ‘decencia’. Unas formaciones sobre las que no es descabellado considerar que aún no se han fundado o fortalecido lo suficiente.
No he podido dejar de esbozar una sonrisa cuando estos días he leído que el Partido Popular se sitúa cinco puntos por encima del PSOE en las encuestas. ¿Y qué?, me he preguntado, si al final va a dar lo mismo si es Rajoy el que gana justito y debe aliarse con los nacionalistas catalanes o vascos (o ambos) para gobernar sin que nada cambie o incluso permitiendo otra vuelta de tuerca en la deriva autonómica-secesionista.
No es gente como Rajoy la que necesitamos para una regeneración tan necesaria de la vida pública española, sino una derecha que sea capaz de hablar claro y, de entrada, anuncie en su programa una reforma Constitucional que le devuelva al Estado la mayor parte de las competencias, comenzando por la educación y el orden público, así como la abolición inmediata de esas leyes inmorales y liberticidas que Zapatero ha ido impulsando: Aborto, estatutos de regiones-nación, Memoria Histórica, Educación para la Ciudadanía, etc. Y por encima de todo, independencia judicial absoluta, que es la única forma en la que el delincuente político cuenta hasta tres antes de acometer sus fechorías.
Autor: Policronio
Publicado el 22 de diciembre de 2009
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