Hay serios riesgos de que un francés que ha llegado a ser nada menos que Presidente de la República, y por tanto encarnación de la 'grandeur' nacional, se convierta en un megalómano redomado. Si no lo ha sido ya, claro. Y si además ha conseguido conquistar a una de las divas más deseadas del mundo, esa probabilidad se convierte irremisiblemente en certeza.
En una distendida cena con parlamentarios en el Elíseo, Sarkozy se mostró en toda su mismidad y dio rienda suelta a sus pensamientos y reflexiones más inconfesables, al menos desde el punto de vista de la política internacional. No se limitó a tachar de dócil, en un alarde de ingratitud, a la canciller Ángela Merkel, su inseparable 'pareja de hecho' en la defensa de los intereses del hasta ahora irreductible eje franco-alemán. Además, y tras acusarle de copiar de él su anunciada reforma de la televisión pública, se permitió dudar de la inteligencia de nuestro presidente del Gobierno.
Hombre, que el líder de la oposición le haya calificado de 'bobo solemne', pase. ¡Pero Sarkozy, con quien ha compartido tantos grandiosos e inolvidables momentos, tantas cumbres, tantas confidencias, tantas complicidades, tantas risas...! Y, sobre todo, que tan generoso ha sido siempre con él. ¡Por ejemplo, no hubiera sido posible codearse con el mismísimo Obama sin su oportuna intercesión!
Pero no hay que perder la calma. Apliquemos altas dosis de 'talante' y templemos gaitas, no vayamos a contrariar más de la cuenta a nuestro gran patrón Sarko y pongamos en peligro el arrendamiento de esa famosa 'sarkosilla' que tantas glorias está proporcionando a nuestro presidente. Ni se nos ocurra rechistar.
Autor: Pedro Moya
Publicado el 16 de abril de 2009
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