sábado, 13 de octubre de 2018

Lo del Palma Arena volverá a suceder


Me gustaría que fuera de otra forma, pero en España la mentira y la corrupción no restan un solo voto y, si me apuran, el crimen de estado, tampoco. Ya sea por el carácter acomodaticio de las últimas generaciones, moldeado por la dictadura franquista y atontado por las sucesivas leyes educativas de después, o por cualquier otra circunstancia que se me escapa, el votante medio es capaz de perdonar a los políticos lo que en ningún caso le perdonaría a un amigo.


Sucedió en las elecciones generales de 1993 y a punto estuvo de pasar también en las de 1996. En las primeras todo indicaba que el PP arrasaría a un PSOE salpicado de escándalos de todo orden. Raro era el día en que nos íbamos a la cama sin tener noticia de un nuevo escándalo de proporciones mil millonarias.

Pues a pesar de todo ello, el PSOE ganó las elecciones. Y con el concurso de los nacionalistas catalanes pudo tirar hasta el 96. Eso sí, con una marea de escándalos de todo orden, que en cualquier país europeo hubiera provocado la desaparición de las siglas en cuestión y con la mitad de sus dirigentes en la cárcel. Nada de eso sucedió, a excepción de unos cuantos dirigentes que, para más escarnio, fueron jaleados a su entrada en prisión, unos años después: Vera y Barrionuevo.

Y  fue más bien al contrario. Las elecciones generales de 1996 las ganó el partido de la oposición, pero con un escaso margen de 300.000 votos, lo que propició que el partido perdedor hablara de dulce derrota y que desde los medios de comunicación de su entorno se propiciara un gobierno de concentración, con una persona muy cara a la izquierda, a su cabeza. No hace falta decir que el grupo de comunicación era PRISA y que el agraciado con su dedo era Alberto Ruiz Gallardón. Nada de eso fructificó y de nuevo, con el concurso de los nacionalistas catalanes, el ganador en escaños y votos, aunque fuera con muy poco margen, gobernó.

¿Por qué el PP ganó las elecciones generales del 96 y no las del 93? Por la economía. No me cabe duda alguna. Desde luego no fue por el escándalo que en los votantes provocaba el incesante chorreo de casos de malversación, cohecho, etc., porque ello ya sucedía en la misma medida en el 93. Pero en este año todavía no había desplegado todos sus efectos la crisis económica de los 90, que en el año electoral del 96 estuvo a punto de llevarse por delante la Seguridad Social, lo que significaría el impago de las pensiones y que el sistema nacional de salud fuera insostenible.

Es por ello que digo que la corrupción y el crimen de estado no hicieron mella en el partido gobernante, implicado hasta las cejas. Es más, afirmo que al votante medio la corrupción del partido del gobierno y del gobierno mismo le traía al fresco.

Como también digo que sufrieron más los efectos de esa marea de escándalos los periodistas que lo denunciaron, sin necesidad de reventar secretos sumariales, que los propios afectados. Hoy, quienes tengan edad para ello recuerdan el antenicidio, como también recuerdan el episodio bochornoso del video de Pedro J. Ramírez y no digamos el caso del Juez Gómez de Liaño, instructor del caso Lasa y Zabala, que fue vilipendiado y al final empitonado por el grupo PRISA, con el concurso inestimable de una sala especial del Tribunal Supremo, descubridora de un delito de prevaricación, ya caído en desuso.

Por el contrario ¿Cuántos de los votantes de todo signo recuerdan los nombres de José María Salas, Aída Álvarez o Guido Bruner? Vagamente se recuerda a Roldán, por la sencilla razón de que se convirtió en un apestado para su partido, por no tener el detalle de compartir sus ganancias con la familia, y poco más. Si acaso Juan Guerra, porque era el hermano de Alfonso, a la sazón Vicepresidente del Gobierno en el Felipato.

Y de todo ello son conscientes en la fontanería del PSOE: sólo la economía los puede mandar a casa y de ninguna manera lo van a permitir. Y no es que lo diga yo, lo dice el Centro de Investigaciones Sociológicas.

Sin embargo, ello no quiere decir que desde el gobierno y sus terminales mediáticas, frondosas y abundantes, vayan a dejar de escapar la ocasión de humillar al partido de la oposición, a cuenta de los casos de corrupción que le conciernen. Eso sí, como los socialistas hacen las cosas: con agitación y propaganda.

No esperen los lectores de ninguno de los medios de comunicación gubernamentales, casi todos, ni del gobierno mismo, una exposición razonada y basada en hechos, de lo que constituye el caso Gurtel y adosados. Yo al menos he sido incapaz de encontrar algo parecido a lo que nos ofrecía el diario EL MUNDO, Antena 3 Radio y la COPE después, a propósito de los casos de corrupción del felipismo. 

Lo que nos vamos a encontrar son episodios como los del Palma Arena, corregidos y aumentados, al ritmo de lo que vayan marcando las encuestas. Porque aquí no se trata de que el votante entienda de la gravedad de los delitos de cohecho, malversación o tráfico de influencias, entre otros, que afectan de lleno a la moralidad pública y de paso, a la buena administración de los fondos públicos, extraídos de manera coactiva del bolsillo de los ciudadanos. 

Aquí de lo que se trata es que los miembros del partido de la oposición aparezcan esposados, como si de temibles delincuentes se tratara, independientemente de que los hechos que se le imputan constituyan delito o meras irregularidades administrativas, o sean una pura y simple banalidad.

Ello no va a solucionar el paro y lo gravoso de las hipotecas. Pero a lo mejor suena la flauta y a la ciudadanía adormecida y encanallada le da un ataque de dignidad, aunque sea, sobre todo que sea, selectivo.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 11 de agosto de 2009

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