lunes, 1 de octubre de 2018

La codicia, los paraísos fiscales… y los bancos centrales, ¿qué?


La codicia. Para Obama ahí se encuentra el germen de los actuales males. Nada más apropiado para un nuevo Mesías que impartir moralina. Argumento tan simplista y cargado de populismo tuvo inmediato eco en buena parte de los gobernantes, entre ellos nuestro Zapatero, que lo repitió cual loro. Supongo que algún día nos explicarán estos líderes preclaros cómo es posible generar riqueza y dinamismo económico sin expectativa de afán de lucro y búsqueda de beneficios. Dentro de las reglas de juego y los principios del libre mercado, claro. Aunque para codicia, la de determinados políticos que acumulan varios y sustanciosos sueldos, y lo que es mucho peor, a costa del dinero de nuestros impuestos.


Eso sí, nuestros brillantes mandamases no podían conformarse con mentar a uno de los siete pecados capitales, sólo susceptible de condena cuando rindamos cuentas ante el Altísimo (que todavía no es Obama). Había que buscar a un culpable más concreto y específico. Y qué mejor paradigma de la codicia que los llamados paraísos fiscales, a los que se han lanzado a colocarle el sambenito mediante la publicación de una lista que ya ha levantado alguna que otra ampolla. Pretenden convencernos de que meterlos en cintura y resolver la crisis será prácticamente todo uno. ¿Tan grande es la capacidad de distorsión de un grupo de pequeños y en algunos casos insignificantes países? ¿O se trata simple y llanamente de recaudar un dinero que escapa a su control?

No es de extrañar, sobre todo si tenemos en cuenta en qué consiste la otra medida 'estrella': Inyectar un billón de dólares, procedentes (de dónde si no) de nuestros impuestos, al Fondo Monetario Internacional para subvencionar a los llamados países en desarrollo. En este aspecto, nada nuevo bajo el sol: Las estériles iniciativas de siempre, que suponen pan para hoy y hambre para mañana. La mejor manera de luchar contra la pobreza en el mundo es, además de favorecer la implantación de Estados de derecho que garanticen la propiedad y la seguridad jurídica, levantar las barreras al libre comercio internacional. Dejemos que las naciones menos desarrolladas compitan e introduzcan sin impedimentos sus productos en nuestros mercados. Porque está muy bien abjurar del proteccionismo y cantar las virtudes de la libertad de comercio, tal y como se ha hecho en la última cumbre del G-20, pero mucho mejor sería procurar ser consecuentes de una vez.

Así pues, las conclusiones han sido patentes: Lucha sin cuartel contra la codicia (a ver si algunos se aplican el cuento) y contra los refugios fiscales (de lo que quizá también deba tomar cumplida nota algún asistente a la cumbre). Y a emprender el camino fácil de seguir disparando con pólvora del rey, claro. ¿Y los Bancos Centrales, qué? ¿Qué hay de los principales responsables de la crisis galopante que nos asola? Pese a que su monetarismo expansivo y el consiguiente abaratamiento artificial del dinero ha provocado el colapso del sistema, nadie ha sido capaz tan siquiera de plantear la reconsideración de su papel. Lástima que la experiencia no haya servido para reducir la nociva influencia de la política monetaria de los Bancos Centrales, que deberían limitarse a ejercer de organismos reguladores.

Bien al contrario, las autoridades monetarias, animadas por los Gobiernos, se empeñan en echar más leña al fuego colocando los tipos de interés por los suelos, e incluso imprimiendo billetes. Si nos empecinamos en el error y nos negamos a agarrar el toro por los cuernos, no conseguiremos sino alargar la crisis. Aunque siempre se le podrá echar la culpa al capitalismo.

Autor: Pedro Moya
Publicado el 4 de abril de 2009

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