Carlos Pinilla Turiño. |
En esta serie de relatos que Batiburrillo ha tenido la gentileza de publicar, he procurado no tratar asuntos marcadamente personales y limitarme a relatar el sufrimiento, la opresión, la miseria, el hambre, la ignorancia y el desprecio que siglo tras siglo, sin esperanza de redención, llevaba sufriendo el pueblo español. La fallida ilusión de la proclamación de la II Republica ("¡No es esto, no es esto!", según dijo don Gregorio Marañón), por desgracia no hizo más que incrementar unos sufrimientos que alcanzaron su cima tras las elecciones del 16 de febrero de 1936, hasta tal extremo que dio lugar al Alzamiento Nacional, victoriosamente concluido. Lograda la Paz, nuestros pechos se colmaron de aires de esperanza y respiraron la brisa de la dignidad y el honor. Esperábamos superar el atraso y la opresión seculares y que en nuestra patria se restituyeran el bienestar, la dignidad y el orgullo de ser español, unos atributos, por desgracia, hoy otra vez perdidos.
Hace escasamente una semana (escribo esta Contribución hoy, 20 de noviembre de 2009, septuagésimo tercer aniversario del asesinato de José Antonio Primo de Rivera en Alicante), estaba charlando con un querido sobrino, zamorano como lo fue mi madre, y en la conversación citó entre sus conocidos (realmente de su padre) a Carlos Pinilla Turiño, expresando su admiración por él hasta el extremo de decirme que, entonces un niño, quedaba embelesado cuando le veía hablando con su progenitor. Con tal motivo le comenté que había conocido a Carlos, con el que, a pesar de la diferencia de edad (el tenía 25 años y yo 16) me unió buena amistad y que gracias a su intervención no fui asesinado por una patrulla socialista. Me pidió detalles, que gustosamente le di y que a continuación relato:
A partir de febrero de 1936, tras el triunfo, se reconozca amañado o no (las pruebas son de que sí), de la candidatura del Frente Popular en las elecciones a Diputados Nacionales, patrullas compuestas por miembros de las Juventudes Socialistas y otras, como las MAOC (Milicias Antifascistas, Obreras y Campesinas), pululaban por las calles de Madrid. Iban armados de pistolas y revólveres y dotados de autorización gubernativa para su uso. Se dedicaban a sembrar el terror, imponiendo su "autoridad" mediante cacheos, apropiación de documentaciones y, cuando les parecía bien, asesinatos.
El "modus operandi" era el siguiente: Actuaban por sorpresa y si su objetivo estaba compuesto por un grupo lo rodeaban pistola en mano. Tras cachearlos, intervenían sus documentaciones, les interrogaban y, si no encontraban nada que les disgustase (realmente, lo más frecuente), les mandaban marchar. En caso contrario, hacían fuego contra todo el grupo. Lo usual en tales circunstancias era que sólo una o dos personas del grupo incurrieran en su desagrado. Mandaban marchar a los que habían obtenido su beneplácito y al resto -uno o varios- le decían: "Tú quédate aquí", para acto seguido dispararle.
En fecha que no puedo determinar, debió ser en abril o mayo de 1936, se incorporó a nuestra escuadra Carlos Pinilla Turiño, no como miembro de ella, sí como amigo nuestro. Inmediatamente mostró su preferencia por mí, tal vez porque yo era hijo de zamorana (zamorano era él). Todos los días paseábamos juntos en un grupo compuesto por cinco o seis camaradas y, generalmente, cogiéndome él del brazo.
Una tarde, ya casi de noche, en abril o mayo de dicho año, fuimos paseando por la calle Arenal hasta la Plaza de Oriente, donde alguien propuso ir a ver la pasarela de madera que provisionalmente substituía al viaducto de la calle de Bailen, en obras de reparación y mejora. Esta pasarela era muy estrecha y sin buen alumbrado, no creo que llegase a los dos metros de anchura.
No nos habíamos internado más de diez metros en ella, cuando nos vimos rodeados de unos ocho o diez socialistas, todos empuñando pistolas. Uno de ellos, de facciones dignas del catálogo de criminales de Lombroso (brillante criminólogo italiano), comentó en alusión a mí: "Éste es el célebre Rogelio". Una celebridad que ignoraba, pues fui un falangista sin ninguna actuación especial. Tal vez aquel individuo me conociera y quiso ser sarcástico. Siguieron el ritual del cacheo, la inspección de documentación, etc. Tras ello, con un ademán de su mano armada, el jefe de los socialistas ordenó: "Vosotros iros. Éste que se quede". "Éste" era yo.
Carlos Pinilla reaccionó inmediatamente y creo que hizo su primera defensa de un reo ante un "Tribunal". Más tarde, después del 18 de julio y durante toda la guerra, forajidos como aquellos componían los trágicamente llamados "Tribunales Populares". No recuerdo completo el alegato de Carlos Pinilla, que debió ser de lo más lúcido, pero sí que comenzó así: "Señores, vean lo que van a hacer, es un disparate, etc.". Como consecuencia de ese alegato, el jefe desistió de su propósito y ordenó que nos marcháramos todos. A ello se opuso el tipo mal encarado que había dicho "Éste es el célebre Rogelio", e insistió: "¡No, no, éste que se quede!", lo que fue cortado en forma seca y enérgica por el jefe de la partida, del que recuerdo perfectamente su cara de rasgos correctos, incluso nobles, como asimismo recuerdo la de mi ignorado y "célebre" enemigo, que era repulsiva y viscosa.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 20 de noviembre de 2009
Nota: En los años 70, con motivo de mis trabajos topográficos, conocí a un zamorano y, tal vez por afinidad con la patria chica de mi madre, compenetramos. En nuestras charlas me enteré de que era amigo de Carlos Pinilla y que éste era natural de Cerecinos del Carrizal (Zamora). Mi cuarto apellido, rama materna, es Pinilla. En el año 1936, el alcalde de Cerecinos del Carrizal era Elipio Silva, primo de mi madre. Cuando Elipio tuvo que hacer el servicio militar (sobre el año 1928) le correspondió Madrid y estuvo viviendo en nuestra casa. Era una persona muy amable y a pesar de que entonces yo tenía sólo 8 años le recuerdo perfectamente, pues le gustaba pasear y jugar con nosotros. Era republicano, como todos los Silva, pero no rojo (si lo era su hermano Isauro, maestro nacional, comunista fanático y que, sin embargo, preso de los nacionales acabó la guerra en la cárcel de El Ferrol. Puesto en libertad, fue expulsado del Magisterio Nacional y en poco tiempo se hizo rico con los negocios). Volviendo a Elipio: al triunfar el Movimiento Nacional en Zamora fue cesado en su cargo de alcalde, pero nadie se metió con él ni sufrió la menor molestia, continuando en sus trabajos agrícolas, pues era labrador acomodado. Una noche, creo que en noviembre del 39, una partida de falangistas (desde luego, no de falangistas de antes del 16-02-1936) llamó a la puerta de su casa y fue alevosamente asesinado. Indudablemente, por una malquerencia personal o por intereses económicos, pues Elipio era querido por todos los habitantes del pueblo, como le queríamos nosotros. Conservo con cariño, mucho cariño, una foto de él, vestido de uniforme de la época en que hizo el servicio militar en Madrid. Por lo expuesto no tengo la menor duda de que, remontándonos a lo sumo en cuatro generaciones, Carlos Pinilla y los Latorre Silva, tenemos algún antepasado común.
Otra: Con motivo de este escrito, he leído en Google que en febrero de este año el Ministerio de Cultura ha comprado el archivo personal de Carlos. Cómo me gustaría saber si en el archivo figura el relato sobre aquella tarde en el viaducto madrileño.
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