Parece que codearse con la rancia aristocracia le ha descuadrado las neuronas al ínclito Presidente del Congreso de los Diputados que, con el desparpajo habitual, cien mil veces ensayado con los entrañables viejecitos manchegos, no ha tenido otra ocurrencia más que la que mentir descaradamente, en procura interesada de asegurarse la tranquilidad partidaria y de paso, las habichuelas.
La Iglesia Católica, Apostólica y Romana, con la que a veces me llevo y a veces no -no siendo afiliado, no tengo por qué aceptar sin rechistar todos y cada uno de sus pronunciamientos- se mostró en su momento radicalmente en contra de la guerra de Irak de 2003. Y no sólo su jerarquía, comenzando por el añorado Juan Pablo II, también la mayoría de los feligreses y no practicantes.
Todavía recuerdo perfectamente, como, al menos en mi pueblo, la inmensa mayoría de los manifestantes contra la guerra se declaraban católicos. Las interminables discusiones familiares, con motivo de la propaganda contra la guerra, desatada en el colegio católico al que asistían mis hijas y la blandura en defensa de la conveniencia de apoyar aquella, por parte de los sectores del PP más identificados con la jerarquía eclesiástica.
De modo, que lo afirmado por Bono es mentira. Lo que no quita que sea de agradecer la posibilidad que me brinda para manifestarme a favor de aquella guerra y radicalmente en contra del aborto.
Como personas más cualificadas que yo en el razonamiento abstracto, ya han tenido y tienen oportunidad de aducir razones de todo orden al respecto de lo que nos ocupa, me voy a permitir simplemente completar el panorama.
En la guerra, en cualquier guerra, los civiles no beligerantes tienen siquiera una mínima oportunidad de salir bien parados de ella. Dependerá de su habilidad, de su instinto de supervivencia, de la suerte, de los medios económicos y materiales de lo que dispongan para salir de la zona conflictiva, etc.
En el aborto, la víctima no tiene ninguna posibilidad, ninguna, de librarse de los designios fatales de su madre y colaboradores necesarios. En esa tesitura el feto no tiene absolutamente ninguna posibilidad de defender su vida. No tiene absolutamente ninguna posibilidad de actuar en legítima defensa. Ni de huir ni de reclamar el apoyo de las organizaciones humanitarias.
Por eso, aparte de otras razones, estoy en contra del aborto y no estoy contra la guerra.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 28 de junio de 2009
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