domingo, 2 de septiembre de 2018

Yo sólo quiero saber de mi abuelo…


La degradación moral a la que nos está llevando el gobierno de ZP, ¡y en tan sólo cuatro años y medio!, ha hecho que hasta los viejos chascarrillos se queden anticuados. De modo que voy a ofrecerles un ejemplo de los años 90 y al final su versión actualizada.

Es conocido que la degradación se originó en el felipato y que no fue corregida en la medida necesaria —guste o no leerlo— durante la etapa de Aznar, un personaje eficaz en aspectos como la lucha antiterrorista que prefirió dedicar la mayor parte de su esfuerzo a la economía, donde realmente lo hizo bien, pero que desistió de la verdadera reforma política de fondo, consistente en imbuirle a la sociedad, mediante la educación y las leyes adecuadas, una mayor integridad moral —“La única forma de regenerar el mundo es que cada uno cumpla con el deber que le corresponda”—, amor a una Justicia independiente —que Aznar no quiso liberar de los partidos políticos—, así como el respeto a la vida y a nuestros mayores.

En la primera parte de los años 90, cuando, tras una larga etapa de gobierno del PSOE, el número de desempleados llegó a rozar los cuatro millones, era frecuente que alguien explicase de este modo su situación y su propósito:

“Sí, estoy en paro desde hace tiempo, vivo a costa de mi padre hasta que pueda hacerlo a costa de mi hijo”.

Tal era la escasa confianza, si se quiere caricaturizada, que muchos albergaban en aquella etapa de socialismo incurable y corrupto —cuando no criminal—, capaz de expandir sus tentáculos a todos los ámbitos de la vida española. Un socialismo que se apresuró, tan pronto llegó al poder, a degenerar la Justicia, lo que hizo mediante la Ley Orgánica 6/1985, que ponía en manos de los políticos el nombramiento del Consejo General del Poder Judicial. Así, una vez controlada la composición del CGPJ, a los socialistas se les abrieron todas las vías de la fechoría política e incluso, para algunos de ellos, la impunidad de sus crímenes, como sucedió en el caso GAL. 

Casi en paralelo, los socialistas pervirtieron conscientemente la educación (LODE, 1985 y LOGSE, 1990), despojándola de cualquier idea de afán en el alumnado y cercenando la autoridad del maestro, lo que les permitió crear toda una generación de españoles muy poco instruidos y caracterizados, además, por su escaso sentido de la responsabilidad, su nula estimación del esfuerzo y su indiferencia hacia los valores que amalgaman a una nación, como puedan ser: la libertad responsable (la antítesis del “todo vale”) y la excelencia académica y profesional. Y en consecuencia con esa idea embrutecedora implantada a conciencia, añado: Estoy convencido de que la inmensa mayoría de esos alumnos LODE o LOGSE hoy vota PSOE, si es que un buen puñado de ellos no forma parte directamente del partido o se halla en situación de liberado sindical de la UGT, que es prácticamente lo mismo.

Pues bien, lo de ahora es peor, mucho más inmoral, porque a la profunda incultura logsiana que atenaza a gran parte de la población, disminuyéndole su capacidad para discernir, se suma la insensatez desplegada por el Gobierno, deseoso de abrir viejas heridas de hace 70 años y partidario de un desprecio absoluto de lo más valioso: la vida. Si se entresaca a uno de esos votantes del PSOE y se le pide que actualice el chascarrillo de principio de los 90, alusivo a la propia responsabilidad y a su relación con la familia, lo más probable es que, de acuerdo con la educación recibida y las consignas que se le han ido inculcando, nos encontrásemos con esto:

“Yo sólo quiero saber de mi abuelo, muerto en el año 38 a mano de los fascistas y enterrado no se sabe dónde; mi padre, al que odio, lo tengo hace tiempo en una residencia y en cuanto pueda lo pongo en lista de espera para la eutanasia; de mis hijos es imposible que os diga nada, no tengo ninguno y por lo tanto no me interesa ese tema. Mi pareja va por su tercer aborto, ella no quiere hijos. Cada vez que le hablo del asunto, me contesta lo mismo: ‘Nosotras parimos, nosotras decidimos’. Y tiene razón, porque cada uno es dueño de su cuerpo”.

Eso sí, podría asegurarse que nuestro personaje escribiría su respuesta con 32 faltas de ortografía y que además es un ecologista convencido, de los que se preocupan obsesivamente por las cagaditas virtuales de los linces ibéricos en las cercanías de Madrid o del número de ejemplares de la tortuga mora en vete a saber dónde.

Autor: Policronio
Publicado el 1 de octubre de 2008

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