viernes, 14 de septiembre de 2018

Ya tengo la edad de Z, con un par


Yo digo que es el trancazo propiciado por la manifiesta huelga del CO2, en sus labores de efecto invernadero. Y mis mujeres, germánicas y muy trabajadoras y dispuestas ellas, se empeñan en que es la pereza meridional que corre por mis venas. Todo sea por salvar la honra del nuevo Al Gurú, que nos tiene arreciditos de frío.


El caso es que hoy no pensaba ni quería escribir nada que no fueran las obligadas contestaciones a los amables mensajes y correos, emitidos y por emitir por los amigos y conocidos, con motivo de mi cuarenta y tantos cumpleaños y que todos se empeñan en hacer coincidir con no sé qué campaña de activación de ciertas funciones fisiológicas, que ni puñetera falta que me hacen. De momento.

Y echando dificultad sobre la dificultad, después de ver dos de las películas que más me ponen de los nervios. Por distintas razones: La Casa de Bernarda Alba, en la dos, durante la cual mi mujer y yo hemos tenido que jurar y rejurar ante la peque que queda en casa, la otra está en San Sebastián jugando al baloncesto en juegos marianistas, que de ninguna manera tenemos la culpa de la estrechez de la señora y En el nombre del Padre, cuyo enésimo visionado me hace muy difícil encontrarle algún sentido, de cualquier orden, a la existencia del Estado.

O sea, que aprovechando que ya tengo la edad de Z, y por darle gusto a la nueva clase dominante o dominanta, no tengo por menos que contarles una reivindicación de la condición femenina, que me sé de memoria y que data de cuando vine al mundo, seis meses después  de que hiciera su aparición estelar en el mundo el yerno de la estanquera, rojo justiciero de las mujeres y tal para cual.

Y es que según cuenta mi madre, cada vez que tiene oportunidad, lo primero que comió tras traerme al mundo fue un plato de lentejas y un caldo de gallina. Lo dice quejándose, porque a ella le hubiera gustado comerse un polvorón o un mantecado, en su defecto, dadas las fechas. Pero las monjitas del Hospital de Maternidad no estaban para satisfacer caprichos, sino para fortalecer a las parturientas. Más que nada, para que se fueran cuanto antes a sus casas, que San Ramón lucía unas listas de espera, que ni las de ahora de la Seguridad Social.

De modo que nada más nacer, aunque fuera por delegación, sufrí los rigores de la disciplina en todas las vertientes de la época y circunstancias: Monjil y hospitalaria. La cuartelera vino mucho después. Ya me veo de presidente, aunque sólo sea por vengar semejante afrenta.

Y para terminar con otra tontería: dónde yo nací, ahora se ubica el Servicio de Recaudación Provincial de la Diputación de la misma naturaleza. Me cago en sus muertos.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 27 de diciembre de 2008

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