Vaya por delante, que me la refanfinfla que algunos de nuestros compatriotas renuncien a las celebraciones propias de estas entrañables fechas, acompañadas tradicionalmente de turrón y polvorones, y se dediquen a mirar y celebrar extasiados, cómo el Sol, de repente, sale dos o tres minutos antes, para esconderse por Poniente dos o tres minutos después, henchidos de infusiones de papaverina, laicidad, modernidad y otros alucinógenos por el estilo.
Pues no deja de tener cierta gracia, que los defensores de la razón frente a la fe, eso dicen ellos, aprovechen la fiesta de la Natividad del Señor para recordarnos que los días vienen acortando durante el mes de diciembre, para comenzar a remontar a partir del veinticinco. ¡Albricias! Como si los cristianos fuéramos tontos del haba, incapaces de caer en la cuenta de lo que se repite, invariablemente, todos los años.
El caso es que, los ateos, modelnos, laicistas y progresistas de todo pelaje, no desaprovechan ocasión para recordarnos, que la celebración de la Natividad del Señor es un plagio de las celebraciones paganas de la victoria del Sol sobre la oscuridad. Celebración propia, por otra parte, de sociedades acientíficas, agrarias y sujetas, para su contento o descontento, al devenir de las órbitas terrestre y solar.
O sea, celebración propia de sociedades acojonadas ante fenómenos puramente naturales y que se repiten con orden y disciplina prusiana, sin que le sea dado al hombre, en su pequeñez, participar en el evento.
De modo, que prefiero celebrar la Navidad. Al menos, no te la fastidia un nublado a destiempo.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 25 de diciembre de 2008
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