Cuando la situación de crisis se hacía inocultable, un buen amigo me comentaba que la cosa iba para largo. Me lo resumía perfecta y gráficamente, utilizando el símil de la borrachera: cuando te bebes una botella de whisky la resaca es más o menos llevadera con ibuprofeno y complejos vitamínicos, pero cuando la ingesta de whisky se mide por cajas, la cosa torna a peor y en esas condiciones ni ibuprofeno ni complejos vitamínicos: un hígado nuevo.
Creo que, visto lo visto, me temo que el whisky no se ha bebido por cajas, se ha bebido por camiones. Y en esas estamos. Lo que nos ocurre es gravísimo y por lo que parece, puede ir a peor a causa de haber coincidido en el tiempo toda una generación de políticos insensatos, a la par que incapaces, cuyo mérito no va más allá que de poner la cara a tiempo, para que no se la partan al que es sin duda el peor primer ministro desde los tiempos de Felipe II.
Porque a lo dramático del asunto, un gobierno absolutamente incapacitado para tomar medidas drásticas, si no draconianas, se une, que quien, inexcusablemente, debería exigir, día sí y día también, cada segundo de cada minuto, de cada hora del día, la adopción de esas medidas drásticas, está empachado de abulia incomprensible, por no decir otra cosa, rayana en el Código Penal.
Como propio de insensatos es la actitud de Sebastián, exigiendo a los bancos lo que ni puede ni debe exigirle: dar créditos a empresas agobiadas en la insolvencia, provocada ésta, en gran medida, por la manía que aqueja a todas las administraciones públicas, de no pagar a sus proveedores en los plazos legalmente establecidos.
Creo que la administración debería empezar a predicar con el ejemplo, comenzando por recortar el inmenso, innecesario y criminal gasto público.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 4 de febrero de 2009
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