La madre Constitución ha cumplido hoy treinta años y ya pocos de sus hijos la quieren lo suficiente; los unos, repartidos en la periferia, porque la explotaron siempre para sus caprichos y arbitrariedades de niños mimados, hasta agotarla a berrinches como consecuencia de sus protestas y felonías; los otros, arracimados en facciones y grupos de presión, aún cuentan con ella pero sólo para sacarle la poca sangre que le va quedando. Y eso no es cariño o consideración a una madre, sino interés de hijos bastardos cuya vileza la Historia condenará.
La madre de los españoles es como una dama viuda y guapa que ha ido renunciando a ataviarse. En el día de su cumpleaños, hay quien dice respetarla sin que el resto del año se le note que sea cierto. Ocurre así, desde el más alto hasta el más humilde de los personajes que se reúnen, tal día como hoy, y aparentan agasajarla con discursos vacíos y caras de aburrimiento. Se les nota que solamente pretenden salir del paso y, entre uno y otro bostezo, se les echa en falta alguna emoción y un mínimo de espíritu que haga creer en el deseo de recuperar los valores que la madre representa.
La madre debe volver a enamorarnos, incluso a costa de acicalarse con aquellas joyas que fueron de su pertenencia y que hace tiempo cedió a sus hijos más díscolos y codiciosos. La dama debe recuperar para sí esa buena presencia de las señoras de alcurnia y hacerse respetar cuanto haga falta, es la única forma de recuperar la confianza de los españoles que se van alejando de ella. No importa si algunos de sus hijos más allegados, los que dicen representarla y tan solo se valen de ese cometido en su propio lucro, pierden uno de los tres poderes que ahora detentan y que la dama-madre sabe de sobras que no le corresponden.
Autor: Policronio
Publicado en 6 de diciembre de 2008
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