El momento más delicado por el que atraviesa un jugador de póker, o de mus, es cuando yendo de farol le ven sus últimos mil dólares. Ahí es donde se ve la categoría del afectado: cara de idem, pulso firme y regular, disimulado desprecio a las esquinas de las cartas del contrario y ni una gota de sudor, frío o caliente.
Esos últimos mil dólares son los de esa partida, pero habrá otras. Otras situaciones, donde no habrá más remedio, por ganarse un respeto, que farolear jugando fuerte y con cara de cemento armado.
Como podrán suponer, esto no va de póker, ni de mus, ni siquiera de caza. Va de Garzón, el no juez rajao. Ha sido anunciarle el PP una querella por prevaricación, que el muchacho se ha rilao.
Pero no cuela. Una cosa es la ansiedad, causada por no poder hacer lo que uno está obligado a llevar a cabo y otra cosa es caer en la cuenta de que uno ha metido la pata hasta el corvejón y acojonarse por las consecuencias que conllevarían la sacada más digna: a casita y que me quiten lo bailao.
Es por ello, que el no juez no es digno de lástima o compasión, es, ni más ni menos, que merecedor del más absoluto desprecio. Al menos los suicidas son capaces de pagar con su vida el destrozo de las ajenas. Pero no veo a este sujeto renunciando a una vida de lujo y desenfreno, gratis total.
El no juez sabía perfectamente que no era competente en la famosa, más que enjundiosa, causa que está mal instruyendo. Más que nada, porque desgajada en tantas jurisdicciones territoriales como lugares donde presuntamente habían ocurrido los hechos, que se dicen delictivos, en nada hubiera sufrido la competencia de su juzgado.
Pero amigos, ha sido ponerle en la tesitura de designar los imputados aforados, cuya presunta existencia medio justificaba el rechazo de la personación del Partido Popular, para que todo el castillo de naipes se viniera abajo.
O sea, que lo que le ha ocurrido a este sujeto no es un ataque de ansiedad, es, simplemente, que se le han puesto los cojones de corbata. Lo peor que le puede pasar a un juez, si lo fuera, claro.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 21 de febrero de 2009
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