El Eterno Adolescente, con el tono solemne y esdrújulo que le caracteriza, cuando se propone pergeñar la trola del siglo, y ya van unas cuantas, no tiene empacho en afirmar que "ETA nunca triunfará en su tarea de doblegarnos".
Mucho valor, gallardía y patriotismo le supone y adjudica el desertor de Irak a este pueblo domeñado por el miedo, la hipoteca y el recuerdo de la pérdida de la ración de gambas dominguera y que no tuvo ningún inconveniente, atendiendo al criterio de que lo que dice la mayoría es lo que dice el pueblo, en echarle la culpa al gobierno legítimo de la Nación, de la muerte de ciento noventa y dos personas, allá por la mañana del 11 de marzo de 2004.
Y ese pueblo, al que el nefasto desertor de Irak le supone el valor que no demuestra desde tiempos que se pierden en la memoria, se doblegó el 11 de marzo de 2004, entregando el gobierno tres días después a una pandilla de adolescentes sobrealimentados, maleducados y cobardes, que, al modo preventivo, no dudó en mostrar su amplia desvergüenza, majadería y cobarde proceder, ante los posibles autores de la tal masacre: a los islamistas, yéndose como las gallinas del más importante teatro de operaciones montado frente al terrorismo islámico y frente a los etarras, accediendo a negociar lo innegociable, mientras se “verificaba” que el rearme de la banda no trascendiera a la opinión pública.
Es cierto que, mientras los muertos vengan con cuentagotas y sin una especial parafernalia asesina, el respetable no se alterará más de lo imprescindible para aparentar una dignidad de la que carece. Y no se alterará en ningún sentido, ni siquiera en el único sentido que cabe desear: mandando a hacer puñetas a los que, habiendo muertos y chantajes de por medio, no dudaron poner la Nación en almoneda, calificando de hombres de paz a gentes que no merecen otro calificativo que el de alimañas.
De modo, redomado mentiroso, que menos lobos. Claro que el pueblo español no se doblegará, ya está doblegado y bien doblegado en sus infinitas ansias de paz de los cementerios. Se doblegó ante la imagen de ciento noventa y dos muertos y mil quinientos heridos, entregando el gobierno de la Nación a una pandilla islamófila, estalinista y subversiva, que nunca ha dudado, duda ni dudará en vender la Patria a cambio de un plato caliente de lentejas, pagado con el dinero del sufrido doblegado que, por fin, encontró su límite de resistencia y dignidad: ciento noventa y dos muertos.
Todo lo que vino después es mera propina de sufrimiento. Sufrimiento sin dignidad. Sufrimiento de cobardes. Sufrimiento sin esperanza. Sufrimiento inútil.
No quiero terminar este escrito, sin mostrar mis más sentidas condolencias a la familia del militar asesinado en el fiel cumplimiento de su deber. Descanse en paz y que Dios lo tenga en su Seno.
¡VIVA ESPAÑA!
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 22 de septiembre de 2008
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