Esperanza Aguirre. |
A la izquierda es imposible pararle los pies con buenas palabras o con apelaciones al cumplimiento de la ley. Un historial delictivo de más de 100 años de violencia y opresión en los países donde la izquierda ha dominado o un balance de más de 100 millones de asesinatos e incontables torturas a su cargo, como cualquiera que no fuese un sectario reconocería, acreditan de sobras lo expresado en el primer párrafo. Desde siempre, la izquierda ha buscado la unanimidad a través de la violencia y la coacción, sin percatarse una y otra vez que tal método supone una labor baldía —frente al deseo de libertad y orden del ser humano— y que lo máximo que consigue es despertar a la derecha no acomplejada, que acaba por aunar en sus filas a la mayor parte de la población. Tal situación es la que se dio en la Guerra Civil, cuando los insensatos izquierdistas del Frente Popular llegaron a creerse que debería respetárseles el “derecho” a la violencia.
Lo que ocurre es que la derecha suele tardar demasiado en reaccionar, ofreciendo a menudo la otra mejilla; pero cuando lo hace, cargada de razones como consecuencia de las iniquidades recibidas, suele ser inmisericorde y acaba por mandar a la izquierda al estercolero. Y es a eso a lo que no hay que llegar en ningún caso. Precisamente para evitar situaciones de gran violencia, que es adonde se desemboca incuestionablemente, lo más sensato es plantarle cara a la izquierda tan pronto se pueda y dejarle ver que no va a salirle gratis el intento de imponer sus ideas a través de métodos que a menudo desbordan las normas. Es decir, la derecha debe comenzar por desenmascarar a la izquierda y además hacerlo de forma clara, en la calle. Por supuesto, para tomar una decisión así, como es la de enfrentarse a la izquierda con algunas de sus propias armas, es preciso que la derecha cuente con un líder que posea valor y esté convencido de que el apaciguamiento es una inutilidad que conduce a lo peor.
¡Olé tus huevos!, con perdón, es la primera expresión que me ha venido a la mente al leer el titular de esta noticia: El PP de Madrid se lanza “a la calle” para responder a las “mentiras” de la izquierda. Quedé gratamente sorprendido al observar la iniciativa de Esperanza Aguirre, ¿quién, sino?, cuyo propósito es informar ampliamente a los ciudadanos de la Comunidad madrileña acerca de los indignos métodos de ZP y sus secuaces. Al respecto, en un primer comunicado se dice: [Pretendemos] “destapar la estrategia de mentiras y violencia que la oposición usa” contra el Gobierno de la Comunidad, y en cuya “implementación a veces externaliza a los sindicatos”.
Otro aspecto relevante de la iniciativa de Esperanza Aguirre, que por comparación con Rajoy (el del coñazo ante el desfile de las FFAA) o con Gallardón (el de la prohibición de los hombres anuncios) parece que habite en otra galaxia —o cuanto menos en uno de esos planetas que se enfrentan al Lado Oscuro—, es que la señora ha implicado en su valiente plan a cualquier cargo público: consejeros de la Comunidad, diputados regionales y concejales, “para explicar las cuestiones de actualidad del debate de la opinión pública”.
Así, siguiendo la línea marcada por Aguirre, desde esta campaña los cargos populares denunciarán “la deslealtad del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero hacia los madrileños”, por no reconocer los 1,1 millones de nuevos ciudadanos que hacen que el Estado deba a la Comunidad 9.000 millones de euros que los madrileños pagan con sus impuestos. Una medida —añado— que podría extenderse a cualquier otra región española, como por ejemplo Murcia, donde el aumento de población en los últimos años ha sido muy importante, sin que el gobierno socialista haya compensado el gasto extra que ello supone.
No obstante, lo que aquí cabe esperar es mucha constancia en la labor informativa de Esperanza Aguirre, porque si de propaganda hablamos, comúnmente envuelta en falsedades y violencia, en la izquierda de todos los tiempos podrían localizarse a los grandes maestros y a los más obstinados. Otros 100 años de tradición les avalan. Sí, mucha es la tenacidad que hace falta para quitarles la máscara a los autores de semejante historial de atrocidades, base de un sistema político del que la izquierda actual se confiesa heredera y cuyos métodos no difieren demasiado al de otros tiempos. Bienvenida sea, pues, toda iniciativa destinada a poner en fuga a tanto sinvergüenza. Parafraseando al clásico, digamos que: ante el riesgo de que se le descubra, el delincuente huye y entretanto descansa el denunciante.
Autor: Policronio
Publicado el 15 de octubre de 2008
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