Israel, Consejo de Ministros presidido por Ehud Ólmert. |
“Señores, esto no es una guerra convencional, si así fuera, duraba tres días. Ya saben que al enemigo no le importa el sacrificio inútil de vidas humanas, pero a nosotros sí, y el gobierno y el pueblo no quieren que se produzca una matanza de civiles inocentes, aunque al enemigo se la traiga al fresco” Tras un sorbo de agua, mientras observaba a su Junta de Jefes, el Ministro de Defensa entró al grano: “No tenemos más remedio que llevar a cabo varias misiones de comando, limpias, quirúrgicas.” El silencio que se produjo, tras las malditas palabras del Ministro, se podía cortar con una navaja.
“No, no y no, y mil veces no, los paracaidistas no pueden arriesgarse a realizar su misión en zonas superpobladas, parecerá un espectáculo circense… que se convertirá en tiro al blanco”. Bramaba el General de la Brigada Paracaidista, temiendo que una decisión de sus colegas pudiera poner en peligro, inútilmente, la vida de sus hombres, por nada.
“Señor Ministro”, apuntó el General Jefe de los Comandos Especiales, “las circunstancias de la misión, en ningún caso impediría la muerte de civiles. Los objetivos viven permanentemente rodeados de sus familiares. Cualquier ataque en esas condiciones podría derivar en una matanza, a no ser qué obliguemos a nuestros hombres a suicidarse….”
Pensando en voz alta, el Ministro acertó a decir: “¿Y un ataque terrestre, con exhibición de todo nuestro potencial?”.
“Un ataque terrestre, sin la previa limpia de elementos indeseables y con toda la infraestructura enemiga en orden de combate puede suponer un número de bajas inaceptable, una responsabilidad que no puedo asumir. Por no hablar, porque no estoy autorizado para ello, de que se entendería como una ocupación de la franja, cuestión que ya ha sido resuelta por nuestro Parlamento”.
“Está usted autorizado para ello, General. Lo cierto es que me dejan muy pocas opciones y los cohetes enemigos siguen cayendo…”. El Ministro de Defensa estaba oyendo lo que de sobra ya sabía, pero le hastiaban las consecuencias de la decisión que debía adoptar.
“Nosotros hemos hecho lo que hemos podido, Señor Ministro. Todos los objetivos están señalados, pero mis hombres, ni pueden ni deben hacer más. No son suicidas y no les voy a exigir más de lo que me exigiría a mí mismo.” La serenidad del Jefe de la Inteligencia Militar animó a los otros.
“Señor Ministro -comenzó a decir el General de más antigüedad-: ni la geografía ni la densidad urbana ni de población aconsejan una misión de esa naturaleza. Por no hablar de lo difuso del objetivo. La sorpresa de la acción de comando exigiría asestar mil golpes sincronizados. Y escapar de mil golpes, por supuesto. Cada uno de los objetivos exigiría un mínimo de ocho hombres en la zona caliente, ocho mil hombres como mínimo, que no los tenemos. Es una locura.”
“Una guerra convencional, contra un enemigo no convencional y todo el jodido mundo exigiéndonos que hagamos encaje de bolillos. Los redactores de la Convención de Ginebra no tenían ni puta idea de lo que es una guerra contra fanáticos que ofrecen en sacrificio a sus propios hijos. Pues yo no pienso sacrificar a los míos” La decisión estaba tomada. El Ministro de Defensa miró al General en Jefe de la Aviación.
“El margen de error de nuestro material provocará víctimas civiles, y a cada ataque más, porque el objetivo va a buscar con más ahínco la protección de no combatientes a cada ataque que se produzca. Pero ello no es nuestra responsabilidad, nuestra responsabilidad es la salvaguarda de la vida de nuestros hijos”
“No hay más que hablar. Si fuéramos la potencia ocupante, la policía se ocuparía de ello. Pero no lo somos, y los ciudadanos nos pagan para ejercer de militares. Ataque sin tregua, hasta nueva orden”.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 11 de enero de 2009
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