Por supuesto que no me refiero a su mágico pie derecho. La naturaleza, en connivencia sin par con el Dios que nos contempla, ha dotado a mis extremidades inferiores de las suficientes facultades operativas, como para ser capaz de cerrar la puerta del congelador ora con el pie derecho, ora con el pie izquierdo. Me refiero a que quiero ser metrosexual, sostenible y solidario. Tanto como Brad y Angelina.
Analizadas objetivamente las cualidades que nos adornan a uno y al otro, parece que la cosa prometía, excepto por un detalle sin importancia: la cuenta corriente y la circunstancial barriguita, propia de estas fechas.
No obstante, con la colaboración desinteresada de la progenie, elaboramos un plan de choque. “Papá, vamos a empezar por depilarte las piernas”. “Ni hablar”. “Mira la foto de David. ¿Ves?, ni un pelo”. “Vale, mientras me fumo un purito”. “Como lo enciendas llamo a mamá”. “Empieza el esquilao, no se hable más”.
Visto el resultado, parecía un principio alentador. Ya me veía anunciando colonias de esas que prometen noches de pasión y fuego interminables y que acaban como todas: con un autodiagnóstico de migrañas inoportunas.
“Y ahora papá, depilación pectoral”. “Por ahí no paso”. “Mírate anda, sin pelos en las piernas y el pecho selvático, no cuela”. “Joer, pues es verdad, no se hable más, adelante con los faroles”.
Sublime, estoy quedando sublime.
“Y ahora las cremitas”. “¿Qué cremitas?”. “Las limpiadoras, hidratantes, exfoliantes, tersantes y abrillantadoras”. “Niñas, ¿de verdad qué esto es absolutamente necesario?”. “Papá, estás empezando a abandonar la condición del oso pardo, no puedes dejarlo ahora”. “¡Estoy empezando a abandonar la condición del oso pardo para entrar de lleno en la condición de maricón!”. “Qué más quisiera mamá, que no la persiguieras por la cocina”. “Vale, vengan esas cremitas”.
Joer, creo que divino no es la palabra.
“Y ahora lo mejor: Fuera la cerveza. Fuera el güisqui. Nada de tabaco y a partir de hoy cocina mamá”.
Quince días después, gimnasio a tope de por medio, no tuve por menos que agradecer a mis hijas lo que habían hecho por el que suscribe: un auténtico metrosexual. Ahora quedaba lo de solidario y sostenible.
A tal efecto, convoqué a mis hijas a una alocución paterna, con objeto de comunicarles, en orden a la sostenibilidad del planeta, el nuevo régimen de uso de los móviles, ordenador, lámparas de sus habitaciones, microondas, aire acondicionado, calefacción y otros aparatos consumidores de energía. Como podrán adivinar, ni con el antiguo 154 del Código civil (el del guantazo) hubiera podido sofocar semejante revuelta.
Vueltas las aguas a su cauce, les comuniqué el destino y objeto de las próximas vacaciones: Nigeria y de vuelta con dos niñas negritas adoptadas y partícipes de la herencia paterna y materna. ¿Qué mayor ejemplo de solidaridad?
“Oye papá: El hombre y el oso, cuanto más peludos más hermosos”.
Y así fue como reanudé mi colaboración interesada con el levantamiento de las economías cubana y escocesa y mis hijas aprendieron los males de la ingeniería social.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 31 de diciembre de 2007
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