Los hermosos colores de España. |
Aseguran que sólo cuando has perdido algo o te encuentras en vías de perderlo, es cuando le concedes el valor que realmente tiene para ti. La Nación española pasa por uno de sus peores momentos históricos y algunos sentimos tristeza ante la posibilidad de que se fragmente la cuna milenaria de nuestros padres y pase a convertirse en un territorio de leyenda, en un reino pretérito que, junto a Roma, Cartago o la Atenas de Pericles, quede arrinconado para su estudio en algunas facultades extranjeras. Porque aquí, ni siquiera eso. El gran Borges aseguraba que: “Nadie es patria, todos lo somos”. Pero los submundos políticos de la izquierda y el nacionalismo, radicalizados al máximo en la etapa más lóbrega de la democracia, no lo ven así y para ellos la patria es el poder o la ambición de obtenerlo, circunstancia bien distinta a esa otra frase: “mi patria es la libertad”, que Zapatero proclamó en un aullido tan hipócrita como irresponsable, ciertamente indigna del cargo que los españoles le habíamos prestado.
Faltan siete días para comenzar a recuperar España, una de las naciones más brillantes y antiguas de Europa —y del mundo—, que la dejadez de un insensato y felón ha llevado a la condición de patria arrinconada y puesta a subasta. Que se sepa: A una nación que se encuentra entre las diez más ricas del mundo, si bien camino del despeñadero de la pobreza, ni le hacen falta revoluciones proletarias que pongan el pan en manos de los descamisados, que si acaso sus harapos son de diseño y de marca y en la mayoría de los casos obedecen a una moda de vaqueros raídos y desteñidos, ni le es preciso que la infame clase política de quienes se dicen naciones oprimidas en la periferia de nuestro solar común —logrado a costa de siglos y siglos de reconquista al tiránico islam o mantenido mediante la sangre de varias guerras civiles dinásticas o frente a la opresión del estalinismo genocida que llegó a sojuzgarla—, se sienta alentada para realizar ese referéndum anunciado a fecha fija, con vistas a la segregación, en el infortunado caso para los hombres libres de que vuelva a ganar Rodríguez Zapatero, que a buen seguro consentirá la consulta si la cree necesaria para mantenerse en el poder del resto del Estado resultante.
Los siete días que faltan para las elecciones generales más decisivas de nuestro tiempo, en los que veremos a una izquierda desatada en su radicalismo y volcada en una propaganda tan masiva como farsante que en ningún caso evitará el insulto y la agresión —Mister X, responsable por acción u omisión del crimen de Estado de los GAL, ha dado buena muestra de ello al llamar imbécil al señor Rajoy— deben servirle a los que aún posean un gramo de patriotismo para reflexionar sobre la trayectoria de los felones —zapaterinos y separatistas— en estos caóticos cuatro años que nos han precedido. Se trata de decantar el voto hacia aquellos partidos que se proclamen españoles, propugnen la igualdad de la ley para todos, lo que a su vez representa un reparto más justo de la riqueza, y deseen evitar aventuras confederales que acaso concluyan en una España balcanizada y empobrecida a toda velocidad, como consecuencia del mucho odio sembrado por el separatismo en las últimas tres décadas.
Lo que importa a los españoles es el día a día, la economía de su bolsillo y la disposición de los alimentos sobre la mesa. Y ni la economía va bien, puesto que los zapaterinos no han hecho nada para evitar una crisis anunciada que aquí ha irrumpido indomable y de sopetón, a modo de un violento “sunami”, ni los alimentos incorporan garantía alguna, visto el aumento incontrolado de precios, de mantenerse asequibles para todos, muy especialmente para los mileuristas foráneos que en número de cuatro millones largos —el 10 % de la población española— han ido incrementándose a chorros como consecuencia del efecto llamada originado por el atolondrado Caldera. Mileuristas en el mejor de los casos, como pueda ser el de los magrebíes dedicados a la construcción, que es una de las actividades rompeolas del “sunami” y que en mayor medida se ha visto afectada por la incapacidad de la gestión zapaterina. Lo que determinará a corto plazo una situación de desempleo, marginalidad y delincuencia, muy acentuada ya en las grandes ciudades, digna de los arrabales parisinos de unos meses atrás, cuando los musulmanes desocupados y subvencionados por el Estado francés, se dedicaron en sus horas de holganza al incendio nocturno de todo tipo de vehículos y otras clases de estragos. Y eso fue así, no está de más recordarlo, hasta que el derechista Sarkozy, aún ministro de Interior, decidió poner orden en las calles.
No, no es eso en realidad lo que cuenta para estas elecciones, con ser todo ello de suma importancia. Lo que de verdad debería pesar a la hora de escoger la candidatura es si se desea compartir en las próximas décadas —o centurias— el fascinante proyecto común que desde siempre se ha venido denominando España, en cuyo caso debe rechazarse de plano todo lo que huela a Zapatero y nacionalismo, o si en verdad a uno le da lo mismo no saber qué va a pasar en los próximos años, con un gobierno que ha demostrado improvisar a diario una arbitrariedad tras otra, y lo único que le interesa es coger los 400 euros de la promesa electoral, más otros mil ofrecimientos tan seguros como una bandada de pájaros volando, para salir corriendo en cualquier dirección. El hoy cuenta para muchos, como debe ser, pero el mañana debería contar para todos. Y un mañana de mayor bienestar y libertad pasa por conservar intacta y merecidamente respetada a nuestra patria, es decir, ¡España!
Autor: Policronio
Publicado el 2 de marzo de 2008
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