Sí, se ha notado demasiado que los socialistas han sacrificado a una de sus piezas para volver a ganar las elecciones. |
Cuando nuestros conquistadores y civilizadores de hace quinientos años se adentraron en tierras americanas, lo que más les sorprendió era la facilidad, rayana en la superficialidad, con que la dirigencia y brujería de aquellas tierras se empleaba en los sacrificios humanos a mayor gloria de cualquier deidad pagana. No digo nada si Hernán Cortés levantara la cabeza y viera que en tierras hispánicas se ofrecen sacrificios humanos al Gran Arquitecto.
En este caso, al Gran Arquitecto en forma de presidente de comunidad de propietarios, que no es otro que un amiguete del que suscribe.
Verán. Hace unos cuatro años los vecinos de mi amiguete tuvieron a bien elegirle presidente de la comunidad de propietarios del edificio donde reside, con el ánimo confesado de apaciguar a ciertos propietarios díscolos, empeñados, viviendo en el mismo edificio y disfrutando de todos sus elementos comunes, de constituir una comunidad aparte. Ello no sería problema alguno, si no fuera porque los hijos mayores de los citados se empeñaban en el apedreamiento o lapidación de los pacíficos vecinos que veían una locura sus pretensiones. Permítanme que me ahorre los detalles sobre las circunstancias en que se produjo la elección, por cuanto no viene al caso.
La cuestión es que en cuanto fue elegido presidente de la comunidad de propietarios, todo su empeño lo puso en apaciguar a los díscolos, aunque para ello tuviera que ceder a sus locas exigencias y de paso dar gusto a los dueños de los áticos, que también querían un régimen aparte, que manda huevos.
Y en el empeño no tuvo consideración alguna al respecto de la pervivencia de la comunidad, que es la garantía de supervivencia de los propietarios menos favorecidos por la fortuna, sino que incluso se permitió ignorar el sacrificio de los apedreados, que siempre confiaron en la benignidad de la directiva a la hora de poner a cada uno en su sitio.
En esas estaban cuando los menos favorecidos comenzaron a reunirse en el portal del edificio, con el ánimo de manifestarle al presidente que las heridas de las piedras pudieran estar curadas, pero que su dignidad les impedía arrodillarse ante los energúmenos.
Tras unas cuantas tomas ordenadas pero firmes del portal, el presidente comprendió que no había manera de arrodillarse ante los energúmenos sin que se notara demasiado e hizo un amago de dar marcha atrás, tras el apedreamiento de dos visitantes casuales de los vecinos del cuarto A.
Sin embargo, después de haberle cortado el suministro de gas a uno de los más significados energúmenos, no se le ocurrió otra cosa que atender sus peticiones de clemencia ante la gilipollez de que se podía morir de frío, cuando disponía de suministro eléctrico para atender sus necesidades de calefacción.
El caso es que se montó un pollo de consideración, ante lo que el presidente no tuvo más remedio que cuidarse muy mucho de aparecer como amigo de los díscolos. Mientras, sus papaítos amenazaban con separarse de la comunidad, se pusiera el vecindario como se pusiera y a fecha fija que manda huevos. Y no les digo nada sobre los del ático, exigiendo a los vecinos una contraseña indescifrable para acceder a la planta de trasteros.
De modo que llegados a este punto se convocan elecciones para la presidencia de la comunidad. Los ánimos están calientes y los apoyos igualados. El presidente y sus vecinos secuaces siguen empeñados en apaciguar a los díscolos. Los más desfavorecidos han dicho por activa y por pasiva que hasta aquí hemos llegado, que no aguantarán ni una insolencia más.
Sólo una circunstancia muy especial podría inclinar la balanza a un lado u otro. Los más desfavorecidos confiaban en la justeza de sus razones y que los vecinos sabrían apreciarlas. Sin embargo, el presidente ideó una estratagema maquiavélica: dejaremos apedrear a uno de los nuestros, aunque ya no esté en la directiva. La lástima es que la nueva situación nos dará la presidencia otra vez y así podremos rematar la faena.
Sin embargo, se notó demasiado.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 8 de marzo de 2008
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