Cuando Rajoy propuso la celebración de un contrato de integración con los inmigrantes, pensando fundamentalmente en los musulmanes, fue calificado rápidamente de superficial por la jefatura de la horda socialista. Y no le faltaba razón. Lo que proponía Rajoy era la aceptación del compromiso de cumplir la Ley española por parte de los inmigrantes, y para ello no hace falta compromiso alguno, como bien le recordaron desde el otro lado del cordón sanitario. Y Rajoy se arrugó arrioladamente y no se atrevió a evacuar lo que significaba aquello ni su "exposición de motivos". Pero, como yo no soy Rajoy, me atrevo.
No creo que haga falta extenderse cuatro folios para llegar a la conclusión de que el liberalismo es incompatible con el cierre de fronteras, sin más, para los musulmanes. Y tampoco creo que haga falta extenderse otras cuatro sábanas para concluir que la apertura de fronteras a los musulmanes, sin más, puede acabar con el liberalismo, acabando con su sustento: La Libertad.
Cerrar las fronteras a los musulmanes, porque entre ellos se cultiva la forma más odiosa de terrorismo, culpando de los crímenes de uno a todos los demás, nos devuelve a los tiempos oscuros del derecho germánico, donde la tribu era culpable de cualquier barrabasada de cualquiera de sus miembros. Y no es cuestión de retroceder mil quinientos años.
Sin embargo, no podemos cerrar los ojos a la realidad del Islam. El Islam bebe fundamentalmente del Corán y el Corán es Ley Civil y Ley Religiosa, entendiendo como Ley Civil la ley mundana. El Corán no sólo regula las relaciones de los fieles con el Altísimo, también regula las relaciones de los fieles entre sí y entre éstos y sus autoridades.
Y el Corán prohíbe a sus fieles conducirse como prescribe la Constitución española. El Corán castiga duramente a aquellos de sus fieles que se conducen siguiendo las inapelables prescripciones de nuestro orden público, no entendido como "paz en las calles", sino como núcleo duro de derechos y libertades que posibilita nuestra convivencia como seres iguales y libres.
Y no los castigan en las vacaciones de agosto, cuando vuelven a sus países de origen. Ya son castigados aquí por quien corresponde.
Por lo tanto, si las prescripciones del Corán son incompatibles con nuestra Constitución, es meridiano que los musulmanes que pretendan echar raíces en España deben hacer pública apostasía. Deben rechazar públicamente el estar sometidos al cumplimiento ineludible de unas prescripciones prohibidas por nuestro Derecho más inatacable.
Por lo tanto, es necesario que nuestras leyes de inmigración establezcan la obligación de los musulmanes de hacer pública apostasía, so pena de inmediata expulsión. Quién algo quiere algo le cuesta.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 30 de marzo de 2008
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