martes, 10 de julio de 2018

La “Diada” de la resignación

Alfonso López Tena, 'Alfons', separatista catalán acérrimo a pesar de haber nacido en Valencia y de padres andaluces: el típico converso que en su ingenuidad cree que obtendrá tajada. 

Al hábito de sufrir hay quien lo llama resignación, que es ese estado de la persona o colectivo predispuesto a conformarse con su suerte. Los catalanes son un pueblo resignado desde hace años, quizá sea así porque a su situación no le ven otra salida distinta que mostrarse dóciles con la clase política que poseen, a la que unos secundan con gran entusiasmo y otros, la inmensa mayoría, desprecia de todo corazón, como se evidenció a la hora de votar en el referéndum para el nuevo estatuto, que fue dado por bueno vergonzosamente aun cuando más de la mitad del electorado decidió hacer algo mejor en esa jornada de votaciones. Un hecho incontestable y oportuno para recordar tal día como hoy, un 11 de septiembre.


Los catalanes contemporáneos, a diferencia de sus ascendientes, también poseen otra característica que les aleja de la admiración histórica sentida secularmente hacia ellos, la falta de líderes que acierten a extender la apetencia de una libertad real. Se dice que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto. Pero no es así en el presente caso, puesto que los catalanes no sólo no han perdido el respeto hacia sus vergonzosos mandos políticos, sino que lo han convertido en algo mucho más negativo: la sumisión ciega. Es imposible extraer una conclusión distinta a partir de ese estado de “omertá” que rige la vida pública en Cataluña, donde no existe la discrepancia a las abundantes fechorías —incluso programadas en el nuevo Estatuto— que debe soportar el ciudadano, ni surgen dirigentes con suficiente carisma dispuestos a buscar alguna decencia que neutralice el nacionalismo asfixiante.

El catalán de nuestro tiempo no es un hombre libre, se mueve entre el apoyo a la radicalidad de sus políticos, circunstancia que le hace caer en el servilismo, y la apatía generalizada que distrae con el “esta guerra no va conmigo”. El catalán no nacionalista —ocho de cada diez— apenas es consciente de que la libertad se mantiene defendiéndola a diario, no cerrando los ojos ante esa abominable muestra de fascismo que representa, por ejemplo, inundar de pintura roja, alusiva a la sangre, la sede del PP en Barcelona. El catalán anónimo, que ha llegado a confundir catalanismo con nacionalismo, como si formasen parte de la misma cápsula medicinal de dos colores que se toma antes de las comidas mientras atiende a la TV3, no acaba de digerir que el amor a la patria chica de uno —catalanismo— es algo en verdad loable si no finaliza ahí su buen sentimiento, pero que la reverencia a ideas social-identitarias con barniz excluyente —nacionalismo— le asimila a un seguidor del peor mal de nuestro siglo y le convierte esencialmente en un ser injusto. 

La peor de las corrupciones se da al alterar artificialmente la moralidad de un pueblo, que es lo que viene sucediendo en Cataluña desde hace 30 años. “Diada” tras “Diada”, y las he vivido todas con gran atención, el único balance que es posible realizar de tan larga etapa de adoctrinamiento nacionalista, es decir, de alteración espuria de la moralidad, es constatar el brillante éxito de sus promotores. Un caso representativo de hasta qué punto ha llegado a calar el pensamiento único del nacionalismo expansionista, incluso entre los no oriundos del mal llamado Principado, viene reflejada en las manifestaciones de Alfonso López Tena, más conocido entre sus correligionarios como Alfons —valenciano de nacimiento y de padres andaluces—, quien a propuesta de CiU se integra nada menos que en el Consejo General del Poder Judicial.

Pues bien, el tal Alfons no dudó en poner por escrito, en su libro “Cataluña bajo España. La opresión nacional en democracia”, que los catalanes “no somos los únicos en el mundo sometidos a un proceso de discriminación, exclusión, subordinación y, a fin de cuentas, asimilación y/o genocidio”. Turbio y embaucador lamento literario, tan irreal como halagador con el amo que le propició el cargo que ocupa, y proveniente, además, de quien se considera afectado ilusoriamente, a título casi exclusivo de converso al nacionalismo expansionista.

Si se tiene en cuenta, como apuntó el clásico, que las quejas son el lenguaje de la derrota, no tengo ninguna duda de que el sollozo de Alfons, el portavoz más tramoyista de la presente “Diada”, la de 2007, puede suponer el final de un ciclo, la hegemonía del nacionalismo, y la tendencia a adentrarnos gradualmente en otro que finalice con la resurrección de una Cataluña libre y realmente democrática. Claro que para ello es preciso que los catalanes pierdan buena parte de la mucha resignación que ahora les embarga.

Autor: Policronio
Publicado el 11 de septiembre de 2007

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