jueves, 5 de julio de 2018

La conciencia de Zapatero

En el caso de la conciencia moral, cuando alguien no cesa de practicar barrabasadas y aun así afirma que duerme bien debido a su buena conciencia, lo que sucede es que, simplemente, posee una conciencia hemipléjica que solo atiende a la voz de su diablillo.

Con motivo del último atentado de la ETA, solapado con la etapa veraniega en Asturias de Zapatero, donde habló de lo bien que se duerme, el presidente ha aclarado recientemente que duerme bien porque tiene la conciencia tranquila. Le creo. Creo que dice la verdad. La cuestión es, más bien, qué clase de conciencia posee. A diferencia de los moralistas, que se rascan donde a otros les pica porque la cosa no suele pasar de un salpullido ético, ZP utiliza el manoseo de la negociación con los asesinos, a los que comprende pese a que declare de ellos que cometen errores (¡!), pero reserva la lija más gruesa para rascar sin miramiento alguno a las víctimas del terror, que es ese estado del ser humano ante el que nuestro hombre muestra poca compasión, de donde se deduce el buen dormir que proclama. Simplemente, no es consciente del sufrimiento ajeno que ha venido provocando con unas decisiones tan lamentables como las que ha tomado.


Lo malo de la conciencia es que siempre está hecha a la medida del individuo, incluso hay quien nace con la conciencia atrofiada o tan en un segundo plano que va precedida de la codicia, la vanidad, la soberbia y otros defectos capaces de anularla por completo. El odio a la libertad individual que Zapatero ha venido demostrando a lo largo de estos años, por ejemplo, es una prueba evidente de su falta de conciencia moral. Nos hallamos ante un tipo que quiere a las personas arracimadas en dos grandes grupos, a los que marca con rótulos: “Conmigo” y “Contra mí”. Luego lo suyo no deja de ser una medio-conciencia o conciencia hemipléjica, al menos respecto a la condición de ecuanimidad que debería poseer un presidente de gobierno que fuese decente.

Decía Demócrates que “todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”, y así sucede dentro de este socialismo zapaterino sin integridad, que muestra a los terroristas como “hombres de paz” mientras en la sede del partido un tal Pepiño no cesa de mofarse de cualquier víctima de la barbarie que ellos, cobarde e interesadamente, consienten o fomentan a partir de unas conciencias raquíticas que no les impide revolcarse con lo peor de la clase política española y hacerlo, además, con un único propósito: el poder. Sospecho que en esos actos hay tan poca conciencia como abundante deseo de logros materiales.

¿Qué clase de conciencia puede tener quien no ha hecho otra cosa desde su privilegiada posición que arrebatarnos a muchos españoles la esperanza de una mayor y mejor convivencia? Transgredir en pocos años nuestras más valiosas tradiciones, nuestro espíritu de nación, nuestra estima en el exterior, nuestro lenguaje común y el amplio deseo de reconciliación vivido en la transición democrática, y trocarlo todo ello por la puerta falsa de unos nuevos estatutos tan innecesarios como posiblemente ilegales, o por leyes arbitrarias como la de Memoria Histórica o Educación para la Ciudadanía, no se corresponde ni de lejos con alguien que se considere un dechado de buena conciencia. Podría jurarse ante lo más sagrado que es así. 

La conciencia, como el talante, por sí sola no dice absolutamente nada. La conciencia puede ser buena o mala, moral o inmoral, capaz o no de afectarse ante las desgracias ajenas y, en los casos benévolos, dispuesta a la reflexión acerca de los propios errores. Pero cuando la conciencia es apenas un instinto que se usa para satisfacer el ego y la voracidad, suele permanecer tranquila incluso en la peor de las barrabasadas. En cualquier caso, hay quien adormece su conciencia, y la posterga, mediante el hábito de proyectar su siguiente fechoría. Pero que se sepa: Cuanta tribulación y congoja se da hoy en España no es más que el resultado de la pésima conciencia de sus gobernantes, aunque éstos afirmen que duermen bien.

Autor: Policronio
Publicado el 26 de agosto de 2007

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