viernes, 6 de julio de 2018

Elogio a los agraviados


De ningún modo pretendo que esto sea una necrológica a pesar de que alude a dos seres fallecidos, uno reciente y otro que nos abandonó con el milenio. De ninguna manera puede o podría serlo, cuando la primera referenciada es una persona viva, mujer, gran mujer, aun cuando algunas veces se adorne con unas pintas de alienígena indefinida, que nos obliga a creer que sea mitad mujer y la otra mitad proceda de Stargate o Terminator-7.


Por su apellido, Díez, podría no ser de donde parece que es, aunque me importa un comino y queda dicho en plata, y no en oro, reservado para los avarientos, medrosos y meapilas laicos de última hora que intentaron apabullarla. Forma parte de un repoker de ases de mujeres vascas, junto con Gotzone Mora, Maite Pagazaurtundua, María San Gil y Marimar Blanco. Sí, se llama Díez, Rosa Díez.

Rosa Díez
Rosa
Su gran mérito fue sostener un Gobierno vasco imposible, presidido por un nacionalista, cuando su partido había ganado las elecciones. Su gran demérito, mostrar en público su desacuerdo con la nefasta política antiterrorista del secretario general socialista y a la sazón presidente de un Gobierno a la deriva, traidor a una idea de solidaridad que va más allá del papeles para todos y que piensa, como base de su "Alianza de Civilizaciones", que es una pena que todos los terroristas sean pobres, parias entre los parias y pongan bombas porque un maketo es un maketo y debe prevalecer el “hecho diferencial”. Un presidente, recordémoslo, comprensivo con que esa “Alianza” difunda la ablación del clítoris como una muestra sublime de la cultura humana, porque se lo ha dicho su amigo el sátrapa, el de la antigua Persia, cuya “Sonsoles” le corta las uñas de los pies, mientras la propia del conspicuo alianzador hispano se va de concierto a Buenos Aires o vaya usted a saber.

Francisco Umbral
Paco
Con suficientes motivos para el tormento pasó su infancia el segundo de los elogiados, Umbral, Francisco Umbral. “Pacoumbral” se crió a los pechos de la triste posguerra de esta nación entrecosturada, la misma nación que los últimos mohicanos nos empeñamos en llamar España, como su cónyuge. La misma que los últimos de Filipinas, Puerto Rico y Cuba no dejaron de llamarla de tal modo y combatir por ella. La misma que los penúltimos pagadores de Umbral se empeñan en llamar “El País”, hacerlo independiente de la mañana, como si fuese un diario vespertino, y otras memeces que orillen el bimilenario nombre de nuestro solar patrio.

Su gran mérito: llamarse como le salió de los cojones —Pérez Martínez no parecía rimar con su glorioso arte—, escribir como le salía de los cojones y tener los suficientes para irse a cobrar del periódico rival, evitando así la obligación de darle bombo al enemigo público número uno, ese pedante que ocupa un sillón en la Academia que siempre debió ser suyo, de Paco. Sí, cobrar de Pedro J. fue su gran demérito, los “independientes de la mañana” jamás se lo perdonarán. Don Francisco Umbral, que en paz descanse.

Carlos Cano
Carlos
Y don Carlos Cano, coplista y tonadillero. Él hacía que la copla franquista, facha y cavernícola, fuera de lo más “in” mientras se presentara como currelante. Lo malo fue que se juntara con don Antonio Burgos, para deleitarnos con unas habaneras que quitaban el sentío. Y eso es imperdonable, como así decretaron en la Secta. Amén.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 30 de agosto de 2007

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