Cada vez es mayor el número de los historiadores que consideran inevitable la Guerra Civil de 1936-1939. Razón: Media España no se resignó a morir y quiso defenderse. |
Mi madre
Pocos meses más tarde de la detención que sufrí, relatada en la entrega V de esta “Contribución”, en una algarada callejera recibí una herida en la cabeza. Leve, pero la sangre la hacía parecer un poco espectacular. Me arreglé como pude, lavándome en una fuente pública e intentando disimular las huellas del golpe recibido. No tuve éxito, pues nada más entrar en casa, mi madre (ya había muerto mi padre) advirtió el desaguisado y me preguntó qué me había pasado. Inicié el relato de que jugando al fútbol con unos amigos me había dado un golpe contra una farola. No me dejó terminar, pues interrumpiéndome preguntó: “¿Qué dinero te hace falta para comprar una pistola?”. La tranquilicé al respecto.
Mi madre era muy femenina, muy guapa y amaba a su familia: al marido mientras éste vivió y, hasta su propia muerte, a sus hijos. Sin sensiblerías, pero con amor cierto. Pertenecía a una acomodada familia zamorana, ante todo española, de fervientes republicanos. Efectivos, no de charlas de café. Sin embargo, mientras vivió nuestro padre, jamás le oímos hablar de ello. Con el tiempo he pensado que lo hacía en atención a él, persona excelente, monárquico y de una lealtad asombrosa. Aun reconociendo los errores de la monarquía, el 14 de abril de 1931 llegó a casa llorando. Tenía razón: peor fue aquella II Republica que le sucedió. Era un hombre íntegro. Sus hijos, a él le debemos la iniciación, que es la base, de nuestra preparación intelectual, principalmente en ciencias exactas.
Durante la guerra, los rojos le quitaron a mi madre la pensión (viuda de militar) y las de orfandad de sus hijos. También nos expulsaron de nuestra casa, la de Manuel Silvela, que he citado en algún escrito. Una casa que tuvo que dejar con lo puesto, abandonando muebles y pertenencias, bajo la acusación de que sus dos hijos mayores, mi hermano Rafael y yo, estábamos luchando con los facciosos. Refugiada en el domicilio de su hermano, Salvador Silva, sacó adelante a los dos pequeños y después de la guerra, aunque nuestra situación económica era de estrechez, les dio carrera a unos hijos que, gracias a ella, hicieron un papel digno en la vida.
Mi madre tenía el bachillerato, cosa no frecuente en aquella época entre las mujeres y había ampliado su cultura mediante lecturas y autoformación. Su inteligencia y su preparación intelectual le permitían ver con claridad que aquella era una lucha en la que nadie podía inhibirse. Que era a muerte, por parte de los rojos. Digo “por parte de los rojos” y lo ratifico. En Batiburrillo, concretamente en el capítulo “Sobre Peces Barba, padre”, se citan fotocopias de documentación original que acreditan que los rojos mataban a sus reclutas por el simple hecho de que en las fichas, expedidas por el Ayuntamiento de origen, figurase la frase siguiente: “Desafecto al régimen”. Si ellos hubieran ganado la guerra ¿se habría salvado algún funcionario público, algún oficial o algún suboficial del Ejército Nacional?
Como antes ya he escrito, mi madre era consciente que estaba en juego el destino de España y, con él, el de los españoles. Sabía que la guerra era ineludible y lo aceptó con todas sus consecuencias.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 14 de octubre de 2007
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