Parroquia de los santos Justo y Pastor, en Madrid, donde se refugiaron algunos falangistas, incluido el autor de esta serie de Memoria Histórica, en los días previos al denominado Alzamiento de 1936. |
Las Juventudes Católicas
Tras la aventura de los billares de Callao, faltaba poco, dos o tres meses, para el 18 de julio y estábamos de nuevo en la calle. A sugerencia de mi hermano Carlos, hicimos acto de presencia en el local de la Juventud Católica del Santuario de la Virgen del Perpetuo Socorro, sito en el número 14 de la calle de Manuel Silvela, junto a la casa donde yo vivía. Expusimos nuestra situación y fuimos muy bien recibidos, con cariño y entusiasmo. Pero desde el primer momento advertí que su presidente, C.T., no compartía la alegría por nuestra llegada, aunque no nos rechazó en forma manifiesta. Era corpulento, alto para la época, voz y ademanes autoritarios. El Consiliario padre Ibarrola, de la orden de los Redentoristas, nos recibió afablemente y en nada se opuso. Era un hombre inteligente, sin afectación en su comportamiento. Para legalizar nuestra situación, nos dimos de alta como miembros de las Juventudes Católicas de España, cosa no irregular, pues todos éramos católicos, más o menos practicantes, y estábamos dispuestos a luchar por nuestra fe.
Nuestra estancia duró poco. Tal vez por susceptibilidad mía, pues me parecía advertir que C.T., buscaba las ocasiones de poder mostrar su antipatía hacia nosotros. Una antipatía, posiblemente, que él mismo provocaba. El hecho es que tuvimos una discusión algo violenta, cuya causa no recuerdo ahora, y de acuerdo con todos los miembros de la escuadra trasladamos nuestro provisional cuartel de los tiempos de persecución a la también Juventud Católica de la Parroquia de los Santos Justo y Pástor, en la calle del Dos de Mayo. Parroquia de la que era miembro uno de nuestros camaradas de escuadra, Teodoro Muñoz. El presidente se apellidaba Santamaría, no recuerdo el nombre, y establecimos inmediatamente una fraternal amistad. El consiliario, un excelente sacerdote, tampoco recuerdo su nombre ni apellido, era de edad hasta cierto punto avanzada. Pedimos nuestro traslado a dicha parroquia, lo que se nos denegó en principio, pues C.T. se opuso a ello. Para el cambio de parroquia, era preceptiva la autorización del presidente de la de origen. Las gestiones de Santamaría lo arreglaron. Entre ellos vivimos a gusto, sintiéndonos queridos.
Los cálices de la Parroquia
En cierta fecha, faltaría menos de una semana para el 18 de julio, al llegar Teodoro y yo al Centro, que lo hicimos más tarde de lo usual, advertimos que el Consiliario y Santamaría estaban esperándonos con impaciencia, pues habían llegado a ellos rumores de un posible asalto a la iglesia y deseaban poner a salvo los objetos sagrados de valor, entre ellos, los cálices. En aquellos días, conmovía la esperanza que los no rojos depositaban en Falange. Entre Santamaría, Teodoro y yo trasladamos en sendos sacos todo lo que dispusieron el párroco y el consiliario de la parroquia Santos Justo y Pástor, llevándolo al domicilio del propio Santamaría, en la calle de Malasaña, próximo a la calle de San Bernardo. Ya en guerra, en uno de los registros que los rojos hacían, encontraron nuestro depósito, del que se apoderaron, asesinando a Santamaría por el simple hecho de ser católico. Lo era de verdad. No pertenecía a ningún partido político. Pienso que estará incluido entre los próximos mártires a beatificar, pero no consigo encontrar el libro que los relaciona. Han hecho una sola edición, inmediatamente agotada.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 7 de octubre de 2007
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