"Nuestro destino hubiera sido Paracuellos del Jarama". |
Los billares de Callao
El episodio de “nomadismo” narrado hoy me recuerda otro hecho similar al de la entrega II de esta serie, si bien en este caso me llena de satisfacción y de orgullo, acentuado por la clase social de sus protagonistas. En aquellos días, los bajos del cine Callao, donde hasta hace poco estuvo la sala de fiestas Xenon y, según me informan, hay ahora una academia de baile, estaban dedicados a una sala de billares de alquiler. Al frente de ella dos empleados, de unos 45 o 50 años, delgados, bajitos (era excepcional el español alto, principalmente entre las personas humildes), cubiertos con guardapolvos beis, cuya misión era abrir y cerrar los contadores donde se alojaban las bolas del billar, así como cobrar, mantener el orden, etc.
Por la tarde, la sala estaba atestada de jugadores y de mirones. Era lógico pensar que los miembros de la escuadra 24 pasarían desapercibidos entre estos últimos y, por ello, al fallarnos el presidente de la Federación de Estudiantes Católicos, nos acogimos a este refugio, al que, por regla general, llegábamos sobre las siete de la tarde. Era época de gran actividad política: reparto de hojas clandestinas y del No importa, el boletín de los días de persecución, que salía cuando se podía editar y del que fueron impresos tan sólo cuatro números, de los que el último no se pudo distribuir.
Esta propaganda se repartía en la siguiente forma: a cada falange (unos 35 hombres), se le asignaba una calle y, a lo largo de ella, un tramo de unos 300 metros. A la falange de Jacobo, casi siempre le correspondió la Gran Vía, desde Callao en dirección hacia Alcalá. Y algunas veces la propia calle de Alcalá, desde el teatro Alcázar hasta Cibeles. Cada falangista llevaba bajo la ropa de abrigo, entre el pantalón y la camisa, sujetos por el cinturón, un paquete de hojas que se distribuían en línea, a unos diez o quince metros de distancia entre ellos. Sobre las ocho de la tarde, cuando estaba más concurrida la calle, el jefe de la falange lanzaba su taco de hojas de propaganda al aire y, sucesivamente, lo hacían los restantes miembros del grupo, que tras su acción, comenzaban a caminar como un paseante más.
Un día que iba a llevarse a cabo una “actuación” similar, a eso de las siete de la tarde, cuando los miembros de la escuadra 24, atiborrados de impresos bajo la ropa y en espera de que llegase la hora de la acción, se disponían a entrar en los billares de Callao, uno de los dos empleados estaba situado en la puerta y nos advirtió en tono apremiante: “No entren, ¡por Dios! La Policía está esperándoles”. Para poder hacernos la advertencia, que a saber cuánto tiempo se mantuvo aguardando nuestra llegada, tuvo que ausentarse de la sala y al otro empleado no pudo pasarle desapercibida su acción.
Admirable el comportamiento de los dos trabajadores del salón de billares, de los que nunca supimos cómo habían advertido la presencia y el ideal de sus visitantes. Y no menos de admirar su nobleza y valentía, pues tenían forzosamente que saber a lo que se arriesgaban ayudando a los falangistas. ¡Y bien que lo hicieron!
Uno de los miembros de la escuadra 24, hoy sobreviviente de la triste etapa republicana, debe la vida a aquellos dos hombres bajitos de guardapolvos beis, pues si en esa ocasión nos hubieran atrapado, llegado el momento nuestro destino no habría sido otro distinto al de Paracuellos del Jarama, como así sucedió con los restantes camaradas que fueron detenidos más tarde.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 25 de septiembre de 2007
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